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Por: P. José María Iraburu
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El diablo es mentiroso y homicida. Así lo afirma Jesús en una predicación a los judíos. Viendo la hostilidad con que le escuchan, hace en público esta declaración: «¿Por qué no reconocéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra. Vosotros sois de vuestro padre el diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. Él es homicida desde el principio y no se mantuvo en la verdad porque no hay verdad en él. Cuando dice la mentira, habla de lo suyo, porque es mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8,43-44).
El diablo en el aborto miente y mata.
El diablo miente primero. A todos los hombres, gobiernos, partidos políticos, intelectuales, legisladores, que en mayor o menor grado están bajo su influjo, les hace creer y difundir diversas mentiras. El aborto es un derecho de la mujer. Un derecho inalienable, que el Estado debe asegurar y financiar en su ejercicio. La mujer tiene derecho a disponer de su propio cuerpo, y ese derecho incluye el de abortar. El ente concebido en el seno de la mujer es un ser viviente, pero no consta que sea un ser humano. La ley moral cristiana está vigente para los cristianos, pero no puede imponerse a toda una nación, en la que muchos no son cristianos. Una ley abortista es aceptable si es menos permisiva que otra peor, antes vigente o establecida en otras naciones. El aborto es una exigencia de la paz social. Y no puede ser evitado por una mejora en la atención a la mujer embarazada, ni tampoco por una facilitación legal de la adopción. Ante el daño fisico o psicológico que puede en determinadas circunstancias sufrir una mujer a causa de su embarazo, su derecho a la salud ha de prevalecer sobre el derecho que el feto tiene a vivir, a que no lo maten.
El diablo mata después. La mentira hace legal y moralmente lícito el homicidio. En España, a partir de la ley abortista de 1985 hasta la ley de 2010, se produjeron 1.600.000 abortos legales, que en el 97% de los casos eran justificados por el daño psicológico previsible en la madre –mejor dicho, en la mujer–. En 2001, en números redondos, los abortos anuales eran ya 70.000. Y la cifra fue aumentando en los años siguientes: 2002 (77.000), 2003 (80.000), 2004 (85.000), 2005 (92.000), 2006 (102.000), 2007 (112.000), 2008 (115.000), 2009 (111.000), 2010 (113.000). En la ley de 2010 se declara «el derecho al aborto», y ya los abortos no son exigidos por riesgo de la salud de la mujer, sino que en un 90% de los casos, por simple petición suya: es un derecho, asegurado y financiado por el Estado. Los abortos en 2011 son (118.000) y en 2012 (112.000). Y hay que hacer notar que en todos estos años las cifras han sido similares cuando al frente del Gobierno nacional o de las diversas Autonomías estaban políticos socialistas o populares. Por otra parte, la generalización de la píldora postcoital y de otros modos abortistas similares va haciendo prácticamente imposible la contabilización estadística de los abortos.
La ley abortista proyectada para 2014 vuelve a permitir el aborto ante el riesgo físico o psicológico de la mujer. Siendo este supuesto en un 97% de los casos el «justificante» durante muchos años de esa enorme cifra de abortos en la nación, todo hace pensar que la matanza de los inocentes continuará más o menos igual en los próximos años. Las autoridades políticas que entonces hubieran podido evitar un fraude de ley que era evidente y habitual –certificados falsos de médicos deshonestos–, no lo hicieron. Y como son ellos mismos los que habrán de aplicar la ley abortista de 2014, lo más probable es que tampoco ahora evitarán el fraude de ley, y seguirá la matanza. No es éste «un juicio temerario». Ya sabemos lo que de ellos se puede esperar.
Toda ley abortista, sea de plazos o de supuestos, es diabólica, porque es mentirosa y homicida, ya que autoriza el homicidio en el aborto. Dios nuestro Señor, Creador de los hombres y del universo, ordena: «no matarás». Y el diablo, enemigo del Creador y de la creación, dice al hombre: «sabe Dios que el día que comáis de él [del árbol prohibido por Dios] se os abrirán los ojos, y seréis como Dios en el conocimiento del bien y del mal». Es decir, vosotros mismos decidiréis qué es lo bueno y qué lo malo (Gén 3,5).
El diablo, enemigo del hombre, es mentiroso y homicida, y lleva a la muerte y al infierno. Jesucristo, el Salvador del hombre, es la verdad y la vida, y lleva a la vida y al cielo.
José María Iraburu, sacerdote
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