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Por: José María Iraburu
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La Iglesia es santa: «una, santa, católica y apostólica». Es ésta una verdad primera de nuestra fe. La Iglesia es santa porque «Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para santificarla, purificándola con el baño del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo resplandeciente, sin mancha ni arruga ni cosa parecida, santa e inmaculada» (Ef 5,25-27).
De la santa Iglesia de Dios hablan ya, desde el principio, Ignacio de Antioquía, el Martirio de Policarpo, el Pastor de Hermas, la Carta de los Apóstoles (160-170, Denzinger-Hünermann=DS 1), los Símbolos bautismales de Roma (DS 10), de Jerusalén (DS 41), el Credo de Nicea, completado en Constantinopla (381: DS 150). La Iglesia ciertamente es santa y santificante, porque es el Cuerpo mismo de Cristo, su Esposa virginal, la Madre de todos los vivientes, o como dice el Vaticano II, el «sacramento universal de salvación» (LG 48b; AG 1).
La Iglesia es santa porque el Espíritu Santo es su alma, es santa por la eucaristía y los sacramentos, por la sucesión apostólica de los Obispos, por su fuerza espiritual para santificar laicos y sacerdotes, célibes y vírgenes, sobradamente demostrada en la historia y en el presente.
La Iglesia es santa, pero está siempre necesitada de reforma. Por eso la palabra reforma es tradicional en la Iglesia de Cristo. Nunca, por supuesto, en la tradición católica se habla de «re-forma» para expresar un «cambio de forma», pues la forma de la Iglesia, su alma, es el Espíritu Santo, que no cambia. Por el contrario, siempre se habla de reforma o bien como un «desarrollo» perfectivo de algunas formas precedentes, una «renovación», o bien como la «purificación» de ciertas doctrinas y prácticas que se habían desviado de la verdadera forma católica.
La Iglesia, por obra del Espíritu Santo, ha vivido en su historia muchas reformas de diversos géneros, alcances y promotores. Así podemos recordar, por ejemplo, la reforma de Cluny, la de San Gregorio VII, las reformas promovidas por los Reyes Católicos y el Cardenal Jiménez de Cisneros, la gran reforma del concilio de Trento, las reformas litúrgicas, las reformas realizadas por San Pío V, San Carlos Borromeo, San Pío X, y las impulsadas por San Bernardo, San Francisco, Santa Teresa de Jesús.
En el ámbito del protestantismo, los protestantes han considerado su escisión de la Iglesia en el siglo XVI como la Reforma por excelencia, y han considerado a sus fundadores como reformadores. La expresión «Ecclesia semper reformanda», empleada por el teólogo calvinista Gisbert Voetius en el sínodo de Dordrecht (1618-1619), vendría a ser por tanto un lema protestante. Pero bien sabemos nosotros, los católicos, que los protestantes, negando la autoridad apostólica, la libertad y el mérito, la necesidad de las buenas obras, el sacerdocio, el sacrificio eucarístico, la mayoría de los sacramentos, el culto a la Virgen y a los santos, los votos y la vida religiosa, la ley eclesiástica, etc., no fueron reformadores, sino grandes deformadores de la Iglesia y del cristianismo (cf. mi artículo, Lutero, gran hereje, 27-10-2008). Los católicos, pues, de ningún modo debemos cederles el uso de la palabra reforma, como si fuera propia de ellos.
A fines del XVIII, ciertos historiadores alemanes acuñan el término contrarreforma, que en el siglo siguiente se generaliza por influjo de Ranke. Pero con esa denominación la gran reforma católica iniciada en el XVI, la tridentina, aparece sólo como una mera reacción a la escisión protestante. De ahí que la Iglesia promueva más bien la expresión reforma católica, adoptada por Maurenbrecher en 1880 y difundida en las obras de Pastor. En tal expresión, la reforma de la Iglesia originada en Trento es ante todo fruto del Espíritu Santo y de las fuerzas internas de la misma Iglesia, siendo la escisión protestante sólo su ocasión histórica.
El concilio Vaticano II promueve importantes reformas, partiendo siempre del convencimiento de que «toda renovación de la Iglesia consiste esencialmente en el aumento de la fidelidad a su propia vocación […] La Iglesia peregrina en este mundo es llamada por Cristo a esta perenne reforma (perennem reformationem), de la que ella, en cuanto institución terrena y humana, necesita permanentemente» (UR 6a). «Ecclesia semper reformanda» es, pues, un lema verdadero, ya que la Iglesia, que «encierra en su propio seno a pecadores, y es al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y la renovación» (LG 8c; cf. Gaudium et spes 43f). «Para conseguirlo, la Iglesia madre no cesa de orar, esperar y trabajar, a fin de que la señal de Cristo resplandezca con más claridad sobre la faz de la Iglesia» (LG 15). Así entiende la Iglesia su propia reforma.
El Cardenal Ratzinger, en su Informe sobre la fe (1985, fin cp. III), observa: «Debemos tener siempre presente que la Iglesia no es nuestra, sino Suya. […] Verdadera reforma, por consiguiente, no significa entregarnos desenfrenadamente a levantar nuevas fachadas, sino –al contrario de lo que piensan ciertas eclesiologías– procurar que desaparezca, en la medida de lo posible, lo que es nuestro, para que aparezca mejor lo que es Suyo, lo que es de Cristo».
¿Cuáles son en la historia de la Iglesia las causas que posibilitan o que exigen una reforma?
1.–A veces el progreso en un cierto campo de la vida eclesial promueve una reforma. Se hace ley entonces de aquello que de hecho, por obra del Espíritu Santo, se va viviendo, aunque con ciertas dificultades. Es, pues, la vida misma de la Iglesia la que hace posible y conveniente la norma. Así se produce, por ejemplo, en el Concilio de Elvira (306, can. 33) la norma del celibato sacerdotal. El Espíritu Santo, «el Espíritu de verdad, os guiará hacia la verdad plena» (Jn 16,13).
2.–Pero más frecuentemente las reformas vienen a producirse cuando en las Iglesias se han producido desvíos doctrinales o se han establecido abusos intolerables –tolerados quizá durante siglos–, por ejemplo, en los beneficios clericales, en la investidura de los Obispos, en la vida de ciertas órdenes religiosas, en el modo de realizar el vínculo conyugal, en el uso injustificado de las armas, en lo que sea. Aquello que va mal en la Iglesia debe ser reformado. Aquello que va bien, no necesita ser reformado. Por ejemplo, «Cartusia nunquam reformata, quia nunquam deformata».
¿Necesita reforma la Iglesia en nuestro tiempo? Sin duda alguna, en muchas cosas y con gran urgencia. Es verdad que la pregunta es muy amplia y ambigua, pues hace referencia a asuntos diversos, complejos y delicados, que habremos de ir considerando con orden y cuidado. Pero lo que sí podemos afirmar ya desde ahora es que aquellas Iglesias locales que están mundanizadas, secularizadas, con más errores que verdades, arruinadas, sin vocaciones, en disminución continua, padeciendo en la mayoría de sus bautizados una apostasía generalizada y un alejamiento crónico de la Eucaristía, evidentemente necesitan una reforma profunda y urgente. Tienen que elegir: reforma o apostasía.
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Richbell Meléndez, laico católico dedicado a tiempo completo a la apologética y subdirector de la Escuela de Apologética Online DASM.
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Por: Frank Morera
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Los protestantes y las sectas se han hecho un dogma basado en Romanos 10,9 para inventar la llamada “Oración de salvación” donde la persona dice que “confiesa que Jesús es el Señor”, después de hecho esto los protestantes declaran que esa persona es salva, como los católicos no hacemos eso nos consideran no salvos. Como casi todo lo de ellos esto es una manipulación Bíblica y la utilizan porque al no tener Sacramentos, tienen que hacer algo tangible para estar seguros de su salvación, pero hagamos una breve reflexión….
Los Padres Apostólicos (primera generación después de los Apóstoles) JAMAS mencionaron, en toda la historia de la Iglesia jamás se mencionó tal oración y aun más, los Padres de la Reforma Protestante NO lo mencionaron. ¿De dónde surge? Esta oración de "salvación" se puso de "moda" en el Siglo XX por medio de Billy Graham, y de organizaciones como Campus Crusade for Christ.
Ellos se basan en esta cita tomada de la traducción Reina Valera y dice así:
Romanos 10, 9 «que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.»
Esto suena muy bien y algunos católicos se confunden, pero ante todo, la Reyna Valera es una pésima traducción y así tenemos que el web protestante “Embajada del Reino” en su tema “38 Razones para no usar la Reina Valera 1960 (RV60)”
Llama la atención de que este versículo está mal traducido. ¿Cómo dice el original traducido del griego?, pues dice así:
Romanos 10, 9 ““SI confesares con tu boca al Señor Jesús…” esto cambia todo. "SI" acá no está dando una orden de algo que hay que hacer para ser salvo, está expresando un deseo de que todo cristiano confiese a Jesús.
Notar que en muchas Biblias Católicas lo dicen de la forma errónea también. Curiosamente hasta la Revisión de 1909 de la Reyna Valera lo decía de la forma correcta, a partir de esta fecha surgió el dogma protestante de la Oración de Salvación, cosa no conocida en siglos anteriores por ellos.
La Biblia Nácar Colunga lo dice correctamente:
“9Porque si confesares con tu boca al Señor Jesús y creyeres en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo.”
¿Qué dice realmente el original en griego?
Romanos 10. 9
οτι→Porque εαν→si alguna vez οµολογησης→declaras
públicamente εν→en τω→la στοµατι→boca σου→de ti κυριον→Señor
ιησουν→Jesús και→y πιστευσης→confíes εν→en τη→el καρδια→corazón
σου→de ti οτι→que ο→el θεος→Dios αυτον→a él ηγειρεν→levantó
εκ→fuera de νεκρων→muertos σωθηση→serás librado
Tristemente ya la revisión de la Reina-Valera de 1960 se altera para ajustar la Palabra de Dios al nuevo “Dogma surgido” y en esta revisión el peso del versículo se ve alterado, en griego y en todas las traducciones tradicionales.
Jesús es el Señor y nosotros lo confesamos, o sea lo PROCLAMAMOS. Se confiesa a Jesús, quien de por sí el Señor.
En la revisión de 1960 somos nosotros los que confesamos que Jesús es el Señor. Puede parecer similar pero no lo es. Acá es lo que confiesas (tu idea) no «A QUIEN confiesas» (la realidad de que Jesús es Señor).
Yo PIENSO Y CREO que Jesús es Señor. Tenemos que tener en cuenta para entender este pasaje que los primeros cristianos iban a la muerte CONFESANDO que «es Jesús y NO el Cesar el «Kyrios» o Señor», es en este sentido que San Pablo se lo declara a la Iglesia de Roma, no es un rito a realizar para ser salvo, es un llamado a los Romanos a NO negar a Jesús.
La misma estructura de estas cartas te indica los términos para la Salvación:
– CONVICCIÓN DE PECADO, Romanos 3 10, 23
– JUSTIFICACIÓN, Romanos 3 24,27
– BAUTISMO, Romanos 6 3,6
– SANTIFICACIÓN Romanos 6, 12,22
– TESTIMONIO, Romanos 9,10
Esto es lo necesario para ser salvo y no una oración fácil y rápida. San Pablo propone un camino de Santidad compuesto por muchos pasos a seguir por el que se encuentra con Jesús Señor.
La palabra «CONFESAR» proviene del griego “homologeo” tiene la connotación de «una responsable declaración pública por la cual se establece una relación legal mediante un contrato». Homologeo significa: igual manera de pensar o estar de acuerdo, por lo que en este caso “Confesar” quiere decir que sabemos, creemos y ESTAMOS DE ACUERDO que Jesús es el Señor porque hemos sido Bautizados, hemos sido JUSTIFICADOS, dejamos que el Espíritu Santo nos JUSTIFIQUE y por eso damos TESTIMONIO hasta con nuestra vida si es preciso.
Confesar con la boca no es más que saber que tenemos que predicar a Jesús en todo momento y en toda circunstancia, sea en la casa, sea en el trabajo, sea en la vida política y esto sin importar las consecuencias.
La palabra que significa lo contrario de “confesar” es la palabra “negar” (San Juan 1:20; Juan 2:22-23). Confesar es decir “SÍ”; negar es decir “NO”.
Asumir que este pasaje es una sugerencia de que haciendo una simple oración eres salvo contradice la verdad que la fe que salva incluye el creer y el obedecer.
Por otra parte la palabra “creyeres” proviene del griego “pisteuo” y es la forma verbal de pistis que quiere decir FE, significa «confiar en, tener fe en, estar plenamente convencido de, reconocer, depender de alguien».
Pisteuo es más que creer es tener dependencia y confianza lo que te lleva la OBEDIENCIA. Esto quiere decir que te sometes a la voluntad de Dios después que lo has proclamado públicamente Señor.
Si este pasaje donde “confesar” por medio de una oración te diera salvación, contradeciría a San Mateo 7:22-23:
“22 Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? 23 Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.”
Estas personas habían CONFESADO a Jesús, pero, ¿sabes qué? NO LO OBEDECÍAN por lo que Jesús no los confesó (reconoció) a ellos.
Lo que decimos, tenemos que vivirlo, tiene que concordar con nuestra vida. En la carta a Tito 1,16, San Pablo describe a un grupo de personas que confiesan que ellos conocen a Dios.
“Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan, siendo abominables y rebeldes, reprobados en cuanto a toda buena obra.”
¿Pero conocían a Cristo como Señor? Sus labios decían, “Sí, conocemos a Dios”. Pero sus vidas dicen, “No, no conocemos a Dios”... Estas personas nombran el nombre de Cristo, pero ellos no pertenecen a Dios.
Comparemos Romanos 10, 9“Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor” con Filipenses 2:11 “Todo lengua confiese que Jesucristo es el Señor” Acá está el énfasis, TODO tiene que hablar del Señorío de Jesús. Esa es la verdad que debe ser confesada por la boca del creyente. La PALABRA “Señor” es la palabra griega “kurios”, que es la palabra que es usada consistentemente en el Antiguo Testamento para Adonaí Debemos confesar que Jesús es ADONAÍ o sea que ÉL es DIOS.
Nuestros Mártires desde Roma en el Siglo I hasta en Siria, Irak, Egipto, Sudan, Nigeria, Kenia, Paquistán, India y un largo etc. han muerto CONFESANDO que Jesús es Dios y Señor y nadie más, pero, ¿esto es producto de una oración instantánea? ¡NO! Es que ellos han seguido en su vida el patrón expresado por San Pablo en Romanos:
– CONVICCIÓN DE PECADO, Romanos 3 10, 23
– JUSTIFICACIÓN, Romanos 3 24,27
– BAUTISMO, Romanos 6 3,6
– SANTIFICACIÓN Romanos 6, 12,22
– TESTIMONIO, Romanos 9,10
No caigas en errores de falsas teologías de moda, la Salvación no es una oración…esa es una salvación fácil y el camino al cielo es difícil. Tú eres salvo porque has sido bautizado, porque has creído y porque has obedecido rectificando tu vida y tus desobediencias en el Sacramento de la Confesión. No te dejes engañar por las Sectas y sus recetas fáciles. Nuestra Iglesia tiene el camino difícil pero que llega al cielo.
¡QUE CONTENTO ESTOY DE SER CRISTIANO CATÓLICO!
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Por: Anwar Tapias
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Entonces, yo mismo vendré a reunir a todas las naciones y a todas las lenguas, y ellas vendrán y verán mi gloria. Yo les daré una señal (Is 66, 18)
Los pueblos se dirigen hacia tu luz, y los reyes , al resplandor de tu aurora (Is 60, 3)
Dentro de los temas concernientes a la Navidad, el de los Reyes magos ocupa un lugar bastante interesante para analizar su historicidad sobre todo porque encierra un acontecimiento como el de la Estrella de Belén.
Ciertos autores, incluso sacerdotes, consideran los relatos de la infancia de Cristo, como construcciones teológicas, es decir, acontecimientos que no ocurrieron, pero que se hicieron para dejar una enseñanza. Ante esto, quiero colocar lo que la Pontificia Comisión Bíblica estableció al respecto Ver Dezinger:
Del autor, del tiempo de composición y de la verdad histórica del Evangelio según San Mateo
[Respuestas de la Comisión Bíblica, de 18 de junio de 1911]
3567 Dz 2154 VII. Si deben especialmente considerarse con razón destituidas de sólido fundamento las opiniones de aquellos que ponen en duda la autenticidad histórica de los dos primeros capítulos en que se narran la genealogía e infancia de Cristo, así como la de algunas sentencias de grande importancia en materia dogmática, como son las que se refieren al primado de Pedro (Mt 16,17-19), a la forma del bautismo con la universal misión de predicar confiada a los Apóstoles (Mt 28,19-20), a la profesión de fe de los Apóstoles en la divinidad de Jesucristo (Mt 14,33) y a otros puntos por el estilo que aparecen en Mateo enunciados de modo peculiar.
Resp.: Afirmativamente.
Igualmente, la Constitución Dei Verbum del Concilio Vaticano II expresa:
Carácter histórico de los Evangelios
19. La Santa Madre Iglesia firme y constantemente ha creído y cree que los cuatro referidos Evangelios, cuya historicidad afirma sin vacilar, comunican fielmente lo que Jesús Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la salvación de ellos, hasta el día que fue levantado al cielo. Los Apóstoles, ciertamente, después de la ascensión del Señor, predicaron a sus oyentes lo que El había dicho y obrado, con aquella crecida inteligencia de que ellos gozaban, amaestrados por los acontecimientos gloriosos de Cristo y por la luz del Espíritu de verdad. Los autores sagrados escribieron los cuatro Evangelios escogiendo algunas cosas de las muchas que ya se trasmitían de palabra o por escrito, sintetizando otras, o explicándolas atendiendo a la condición de las Iglesias, reteniendo por fin la forma de proclamación de manera que siempre nos comunicaban la verdad sincera acerca de Jesús. Escribieron, pues, sacándolo ya de su memoria o recuerdos, ya del testimonio de quienes «desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la palabra» para que conozcamos «la verdad» de las palabras que nos enseñan (cf. Lc., 1,2-4).
Un texto interesante, que aborda los Evangelios de la infancia, al respecto de las posibles causas de quienes dudan de la historicidad del texto de los reyes magos, es por ser una re-lectura del Antiguo Testamento, de textos como el de Balaam Ver texto completo:
Por lo que respecta al AT, el relato de Mt sobre los magos que vieron ascender la estrella del Mesías davídico sería un eco del relato veterotestamentario de Balaán, una figura de mago oriental que vio ascender la estrella de Jacob (Nm 24,15-19).
El texto así mismo, ofrece respuestas a los interrogantes que se plantean sobre la historicidad de los Evangelios de la infancia, y trata de zanjar la cuestión para quienes tienen objeciones.
Importante, como apoyo a este tema, es el libro personal como teólogo del Papa Emérito Benedicto XVI sobre la infancia de Jesús, pues como teólogo, aborda el tema y nos brinda su óptica personal, que es valiosa por ser un hombre muy estudiado. Trataré de colocar los aportes, que el libro ofrece sobre el tema de los Reyes Magos.
El texto base para el análisis es Mt 2, 1:
“Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente y venimos a adorarle. Oyendo esto, el rey Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él. Y convocados todos los principales sacerdotes, y los escribas del pueblo, les preguntó dónde había de nacer el Cristo. […] Entonces Herodes, llamando en secreto a los magos, indagó de ellos diligentemente el tiempo de la aparición de la estrella; y enviándolos a Belén […] Ellos, habiendo oído al rey, se fueron; […] Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra. Pero siendo avisados por revelación en sueños que no volviesen a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino.” (Mateo 2, 1-12).
Vamos a analizar el tema en los siguientes puntos:
Quienes vieron
Qué vieron
Cuando vieron
Importancia teológica
¿Quiénes vieron?
La opinión más generalizada es que los sabios de oriente fueron sacerdotes de Media[1] o que provenían de Babilonia[2]. La opinión a favor de Media se le debe a Herodoto, y la opinión en favor de Babilonia se debe a que ellos tenían mucho más desarrollado su sistema de estudio de las estrellas que los Medos.
Algo que impresiona en el relato bíblico es el uso de la palabra mago, ya que no es común ver en practicantes de la magia su interés por una profecía bíblica, sin embargo el uso de la palabra mago no estaba restringido sólo a los hechiceros. Una posición al respecto indica que la expresión “de Oriente” nos quiere dar nuevas luces sobre estos magos, para hacerlos diferenciar de los hechiceros conocidos en el Nuevo Testamento como por ejemplo Simón (Hch 8, 9). Para la época del suceso, la expresión “de oriente” revalora el concepto de estudiosos de las estrellas[3]. Otra posición expresa que los magos eran persas pues existe una imagen en la Iglesia de San Apolinar que los muestra vestidos con indumentaria persa.
Benedicto XVI en su libro toca las diferentes acepciones al respecto, y se inclina por considerar que no pertenecían a la clase sacerdotal persa, pero que podían ser astrónomos, apoyado en el astrónomo italiano Ferrari d’Occhiepo, procedentes de Babilonia. Sin embargo, que para que se motivaran por la señal y la conectaran con la venida de un mesías judío, es porque circulaban en esa época, relatos de este tipo, que sólo aun hombre inquieto interiormente, lo moverían a buscar realmente la estrella de la Salvación.
Otro aporte importante que expone Benedicto XVI es sobre el área de proveniencia, pues la amplía incluso hasta el extremo occidental. Basado en la cita del salmo 72, que menciona a Tarsis, el Papa abre la posibilidad de extender a Occidente (España – Tartessos), la venida de los Reyes Magos. Al respecto, en una noticia de Zenit sobre el tema expresa Noticia Zenit:
Tartessos o Tartéside fue el nombre con el que los griegos conocían a la que creyeron primera civilización de Occidente. Posible heredera de la edad del Bronce final atlántico, se desarrolló en el triángulo formado por las actuales provincias de Sevilla, casi toda, y parte de las de Huelva y Cádiz, en la costa suroeste de la península Ibérica, influyendo sobre las tierras del interior y el Algarve portugués.
Sin embargo, la misma noticia indicará que no es posible pensar que los magos vinieran de la Tartessos ibérica, pero como no se sabe en donde quedaba la Tarsis bíblica, toda posibilidad se abre. De la Tarsis bíblica, se tienen textos como (1 Re 1, 10-22), (Ez 27, 12) y (Jn 1, 3). De todos modos, los magos representan la humanidad en busca de Cristo, una búsqueda que es respuesta a la acción amorosa del mismo Dios que se deja encontrar también.
El secretario de la Conferencia Episcopal Española ha aclarado para los confusos, que Benedicto XVI no insinuó origen español a los magos, sino que marcó el límite de Occidente en el siglo I Ver noticia
Hasta aquí la explicación del por qué magos, pero la expresión reyes no aparece en el Evangelio de Mateo. Su uso inicial lo infiere Tertuliano al interpretar el siguiente texto:
«Que los reyes de Tarsis y de las costas lejanas le paguen tributo.
Que los reyes de Arabia y de Sebá le traigan regalos; que todos los reyes le rindan homenaje y lo sirvan todas las naciones. (sal 72, 10-11)
Con este texto Tertuliano piensa que los magos debieron ser de realeza. De todos modos en una entrevista al historiador Franco Cardini, él expresa que los magos no eran reyes[4] ni nada de eso, que es una interpretación teológica posterior.
Respecto a cuantos eran, la opinión más aceptada es que eran tres teniendo en cuenta los regalos que llevaban (oro, incienso y mirra). Y esta opinión la apoya Orígenes[5]. Respecto a estos regalos, hay una profecía que apoyaría la veracidad del relato bíblico:
Te inundará una multitud de camellos: llegarán los de Madián y Efá, los de Sabá vendrán todos trayendo oro e incienso, y proclamando las alabanzas de Yahvé (Is 60, 6)
Y en este texto podemos ver como también en Cristo, sucede como con Salomón, quien lo fue a visitar la Reina de Saba para admirar su sabiduría y llevarle muchos regalos:
“Ella quedó maravillada, y dijo al rey: Realmente era verdad lo que me habían dicho de ti y de tu sabiduría. Luego ofreció al rey ciento veinte talentos de oro, perfumes y joyas en gran cantidad” (1 Re 10, 6)
Los regalos, cada uno representaba algo del misterio de Cristo:
ORO: Simboliza la realeza de Cristo. Cristo es el rey:
El será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el TRONO de David, su padre, REINARÁ sobre la casa de Jacob para siempre y su REINO tendrá fin» (Lc 1, 32-33)
INCIENSO: Simboliza la divinidad de Cristo. Los magos no vinieron a adorar solamente a un hombre. Como escribe el padre Juan Guillermo Morado, en su blog:
Santo Tomás, citando a San Juan Crisóstomo, comenta que “si los Magos hubieran venido en busca de un rey terrenal, hubieran quedado confusos por haber acometido sin causa el trabajo de un camino tan largo”.
MIRRA: Signo de pasión y sufrimiento, incluso San León Magno lo toma como signo de mortificación:
Le ofrecieron vino mezclado con mirra, pero él no lo tomó. (Mc 15, 23)
Fue también Nicodemo, el mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos. (Jn 19, 39)
Siguiendo con las opiniones del número de reyes hay versiones que muestran dos, cuatro, doce y hasta sesenta. En la Iglesia San Apolinar en Ravena, Italia reposa un mural que tiene una inscripción con el nombre de los tres reyes magos: Melchor, Gaspar y Baltasar.
Muchas leyendas surgieron sobre los reyes magos. En Wikipedia leemos:
Otra leyenda cuenta que, después de la resurrección de Jesús, el apóstol Tomás los halló en Saba. Allí fueron bautizados y consagrados obispos. Después fueron martirizados en el año 70 y depositados en el mismo sarcófago. Los restos fueron llevados a Constantinopla por Santa Elena. Posteriormente, Federico I Barbarroja, en el siglo XII, los trasladó a Colonia, donde hoy reposan con las coronas que supuestamente llevaron durante su existencia. Miles de peregrinos empezaron a llegar a Colonia, lo que propició que en 1248 se iniciara la construcción de la catedral de Colonia.
¿Qué vieron?
Esta pregunta ha desvelado a muchos teólogos, historiadores y hasta astrónomos. Se ha buscado en los registros científicos un acontecimiento físico que respalde el relato bíblico según la cronología del mismo. Siempre la hemos llamado Estrella de Belén porque condujo a los reyes magos hasta el lugar donde había nacido el niño.
La Biblia sólo nos deja la referencia en Mateo sobre este acontecimiento, que para ser tan sorprendente no haya quedado en el registro de los otros tres evangelistas, lo cual no demerita que el acontecimiento haya ocurrido. Sin embargo en literatura apócrifa encontramos en el Proto Evangelio de Santiago lo siguiente:
“Una estrella indescriptiblemente grande apareció de entre estas estrellas y las deslumbró de tal manera que ya no lucían y así supimos que un Rey había nacido en Israel.”
Siguiendo a los padres de la Iglesia le leemos a San Ignacio de Antioquía, discípulos de los apóstoles :
“…un astro brillaba en el cielo más que todos los restantes, su situación era inexplicable, y su novedad causaba asombro. Los demás astros, junto con el Sol y la Luna, formaban un coro en torno a este nuevo astro, que los superaba a todos por su resplandor. La gente se preguntaba de dónde vendría este nuevo objeto, diferente de todos los demás.” (Carta a los Efesios, XIX)
Más adelante Orígenes expresó:
“…yo creo que la estrella que apareció en Oriente era de una especie nueva y que no tenía nada en común con las estrellas que vemos en el firmamento o en las órbitas inferiores, sino que, más bien, estaba próxima a la naturaleza de los cometas… He aquí pruebas de mi opinión: se ha podido observar que en los grandes acontecimientos y en los grandes cambios que han ocurrido sobre la Tierra han aparecido astros de este tipo que presagiaban: revoluciones en el Imperio, guerras u otros accidentes capaces de trastornar el mundo… Así pues, si es cierto que se vieron aparecer cometas o algún otro astro de esta misma naturaleza con ocasión del establecimiento de alguna nueva monarquía, o en el transcurso de algún cambio importante en los asuntos humanos, no debemos extrañarnos de que haya aparecido una nueva estrella con ocasión del nacimiento de una persona que iba a originar un cambio tan radical entre los hombres.”
Cuando indagamos en fuentes astronómicas sobre la posible explicación física de la Estrella de Belén se tejen varias teorías pero que deben tomar como referencia el año del nacimiento de Cristo, el cual calculamos en el año 7 a.C (véase artículo ¿Cuantos años vivió Jesús?)
La primera opción es la conjunción entre Júpiter y Saturno ocurrida sobre la constelación de Piscis. El problema de la teoría es que según los simuladores modernos, los dos astros no se acercaron tanto como parecer un solo cuerpo celeste:[6]. Sin embargo, el libro de Benedicto XVI le da fuerza a esta teoría, apoyado en que Kepler hizo los cálculos en el siglo XVII, y añadió a la conjunción, la aparición de una supernova, lo que explicaría la luminosidad por varias semanas. Otro investigador que se decantó por esta posibilidad fue el profesor David Hughes, de la Universidad de Sheffield en Inglaterra, quien es mencionado en un artículo de la BBC explicando la base científica de la estrella de Belén [7]
Otra opción es que haya sido un cometa como el Halley pero se descarta esta opción ya que el cometa Halley pudo pasar entre los años 11-10 a.C, demasiado antes para nacer Cristo. Sin embargo, astrónomos chinos dejaron constancia de un «cometa» con cola en la constelación de Capricornio, sucediendo en el año 5 a.C, pero los chinos llamaban igual al cometa que a una nova. La fecha de ocurrencia de este acontecimiento fue en marzo del año 5 a.C [8], lo que genera dudas sobre en qué momento realmente divisaron los sabios, dicha estrella.
La tercera opción es que haya sido una supernova ocurrida en el año 5 a.C., estaríamos hablando del mismo acontecimiento descrito por los chinos, pero que en vez de un cometa fuera una supernova. El doctor Robert Cockcroft, administrador del Planetario McCallion en la Universidad de McMaster, en Ontario, es partidario de que pueda ser una supernova, ya que es brillante pero no tanto, por lo que no quedó en los registros de la época en Occidente. Una supernova iría poco a poco perdiendo su luz, razón por la cual los sabios debieron llegar a Jerusalén a preguntar, y estando allí, al sur, la volverían a divisar. Esto porque la supernova sería visible por 70 días pero luego ya no, y cuando llegan a Jerusalén ya la encuentran al sur.
Nova
De todos modos, teniendo en cuenta la fecha en que se escribió el Evangelio se pudieron tener en cuenta estos hechos:
La conjunción de Júpiter y Saturno en la constelación de Piscis en el 7 a.C.
La retrogadación de Júpiter en el 6 a.C.
La supernova del 5 a.C.
La espectacular conjunción de Venus y Júpiter cerca a Régulos en Leo del 2 a.C.
Lo que hayan visto los magos fue una señal prodigiosa de Dios que anunciaba el nacimiento del Mesías. Tal vez la profecía que ellos reconocieron al ver la estrella es la que se encuentra en el libro de Números:
“Lo veo pero no por ahora, lo contemplo pero no de cerca; un astro se levanta desde Jacob, un cetro se yergue en Israel” (Num 24, 17)
Igualmente Isaías expresa lo siguiente:
“El pueblo que caminaba en la noche divisó una luz grande, habitaban el oscuro país de la muerte pero fueron iluminados. Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado” (Is 9, 1.5)
De esta forma, mientras algunos vez construcciones teológicas sobre estos textos, más bien pueden ser el cumplimiento de los mismos textos. Benedicto XVI al respecto, sobre la historicidad de este fenómeno dirá:
Pero no se podía dejar de plantear la pregunta sobre si, a pesar de todo, acaso no se hubiera tratado de un fenómeno que se podía determinar y clasificar astronómicamente. Sería un error rechazar a priori esta pregunta remitiéndose a la naturaleza teológica de la historia.
¿Cuándo vieron?
Esta pregunta empieza a develar el misterio que encierra este hermoso relato. Los reyes magos expresan: “hemos visto su estrella” (Mt 2, 2b). Pero ¿Cuándo la vieron?
Lo primero que tenemos en cuenta para saber la respuesta es que al ser burlado Herodes por los magos manda a matar a todos los niños inocentes menores de dos años. ¿A qué nos lleva esto? Herodes manda a matar a los niños teniendo en cuenta la fecha en que apareció la estrella:
“y fijándose en la fecha que ellos le habían dicho, ordenó matar a todos los niños menores de dos años que había en Belén y sus alrededores” (Mt 2, 16b)
Herodes interpretó el momento de aparición de la estrella como el momento en que nació Cristo. Y esto se confirma cuando los magos dicen: “¿dónde está el rey de los judíos que ha nacido?” (Mt 2, 2). Quiere decir que ya Jesús ha nacido cuando Herodes se encuentra con los magos.
Algo interesante es que si los magos estaban siendo guiados por la estrella, ¿por qué llegan a Jerusalén a preguntar? El relato pareciera indicar que la estrella no pudo ser vista más por los magos en algún momento, y que por eso deben preguntar donde nacería el Mesías. Luego cuando parten a Belén, la estrella los vuelve a guiar:
“Después de esta entrevista con el rey, los magos se pusieron en camino; y fíjense: la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos hasta que se detuvo sobre el lugar donde estaba el niño” (Mt 2, 9)
¿Una estrella que aparece y se mueve? Es extraño encontrar un astro de este tipo pero sí posible, aunque si profundizamos este actuar divino en la Escritura podremos ver una semejanza con la columna de fuego y la nube que guiaba a Israel por el desierto:
“El día en que se erigió la Morada –la Carpa del Testimonio– la nube la cubrió, y desde el anochecer hasta la mañana estuvo sobre ella con aspecto de fuego. Así sucedía siempre: la nube cubría la Morada y de noche tomaba el aspecto de fuego. Siempre que la nube se alzaba por encima de la Morada, los israelitas levantaban el campamento; y en el lugar donde se detenía la nube, allí acampaban. A una señal del Señor, levantaban el campamento; a otra señal del Señor, acampaban, y permanecían acampados mientras la nube se quedaba detenida sobre la Morada.
Cuando la nube se detenía sobre la Morada varios días, los israelitas acataban la orden del Señor y no levantaban el campamento. Cuando la nube estaba sobre la Morada unos pocos días, permanecían acampados de acuerdo con la señal del Señor; y a una nueva señal del Señor, levantaban el campamento. Cuando la nube sólo se detenía desde el atardecer hasta la mañana, levantaban el campamento por la mañana, tan pronto como se alzaba la nube. De día o de noche, siempre que se alzaba la nube, levantaban el campamento
Siempre que la nube estaba sobre la Morada –ya fueran dos días, un mes o un año– los israelitas permanecían acampados y no levantaban el campamento. Pero a una señal del Señor, partían. Así acataban la orden del Señor, conforme a las instrucciones que él les había dado por medio de Moisés” (Num 9, 15-23)
Hay que analizar el por qué Herodes manda a matar a los niños menores de dos años, pues sabiendo la fecha dada por los sabios, pudo calcular qué edad tendría el niño:
Al verse engañado por los magos, Herodes se enfureció y mandó matar, en Belén y sus alrededores, a todos los niños menores de dos años, de acuerdo con la fecha que los magos le habían indicado. (Mt 2, 16)
Como no se sabe el punto de origen de los sabios, es difícil cuantificar cuánto duró su viaje, pero se estima que debió durar entre 3 semanas y 3 meses [9]. Pero si ese fuera el tiempo, tanto de ida como de regreso cuando lo burlan, más el tiempo en Belén, estaríamos hablando de un año máximo como tiempo de nacimiento y aparición inmediata de la estrella. ¿Por qué Herodes entonces decide matar hasta los de dos años? Porque seguramente los sabios no partieron de inmediato, o porque la estrella la pudieron ver tiempo después desde su aparición.
Al parecer existe una incongruencia cronológica entre Mateo y Lucas. Leyendo a Mateo, entendemos que José y María permanecieron siempre en Belén hasta la huida a Egipto, pero Lucas nos expresa que después de haber presentado al niño en el Templo (33 días de su nacimiento) regresaron a Nazareth:
“Una vez cumplieron todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazareth” (Lc 2, 39)
¿Cómo zanjar la cuestión? Podemos tener dos opciones:
a.) Lucas no narra el relato de los magos pero si quiere resaltar que Jesús fue criado en Nazareth, pues es algo cierto, ya que después de la muerte de Herodes, José y María regresan allí (Mt 2, 23)
b.) José y María después de la presentación regresan a Nazareth en un viaje corto para visitar la familia de María, y luego regresan a Belén, tiempo en el cual llegan los magos
Importancia teológica
Más allá de las disputas del relato, es importante cuando leemos la Palabra de Dios saber qué nos quiere decir, saber qué mensaje nos deja el Señor. Este relato nos deja varias conclusiones:
– A través de los magos, Dios nos quiere mostrar su misericordia, llegando a anunciar su salvación a aquellos que están lejos de su verdad:
“Me he dejado hallar por los que no preguntaban por mi y me he dejado encontrar por los que no me buscaban” (Is 65, 1)
En los magos podemos ver cómo todos estamos llamados a adorar a Jesús, reconocer su majestad, ofrecerle lo mejor de nuestras vidas y ser obedientes a su voz.
Dios nos habla a través de señales, y como los magos debemos tener nuestra mirada fija en Jesús, para que podamos ser guiados por Cristo en el camino hacia Dios. No importa cuánto debamos recorrer, no importa si en algún momento nos toque preguntar, lo importante es nunca perder de nuestro horizonte, que nuestro destino final es Cristo y hacía él debemos ir.
Todo el relato del Evangelio tiene prefiguraciones bíblicas, prefiguraciones que encuentran su sentido pleno en la ocurrencia del hecho, pero más allá, está la verdad de Dios para nosotros, una verdad que siempre nos trae vida eterna.
Celebración en las Iglesias Orientales
Importante también mencionar que las iglesias Orientales y Ortodoxa, celebran en el 06 de enero, el Nacimiento de Cristo junto con la Epifanía del Señor. En esta celebración, realizan la bendición de las aguas, como acto celebrativo muy importante. Para más información Epifanía del Señor en la Iglesia Ortodoxa
[1] http://ec.aciprensa.com/m/magos.htm
[3] www.wikipedia.org
[4] http://es.catholic.net/celebraciones/120/301/articulo.php?id=4993
[7] http://www.bbc.com/mundo/noticias/2012/12/121223_estrella_belen_explicacion_astronomica_jgc
[8] http://www.observadores-cometas.com/Star_of_Bethlehem/Spanish/Que_fue.htm
[9] http://www.bbc.com/mundo/noticias/2011/01/110105_reyes_magos_kv.shtml
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Por: P. Miguel Ángel Fuentes
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Pregunta:
¿Existen los pecados ancestrales? ¿Es católica la oración de sanación del árbol genealógico?
Respuesta:
En algunos sectores de la Iglesia Católica, sobre todo en grupos de tipo carismático, se ha difundido mucho la práctica de la oración, el rosario o las misas de “sanación del árbol genealógico” o “sanación intergeneracional”, que suscita grandes adhesiones, por un lado, y duras críticas por otro. Lo cuenta Luis Santamaría, integrante de la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES), en el portal Aleteia.
La Asociación Internacional de Exorcistas ha trabajado este tema en su congreso celebrado en Roma en septiembre de 2018, de la mano del sacerdote mexicano Rogelio Alcántara, a quien se le pidió un estudio exhaustivo sobre el asunto. Alcántara es doctor en Teología y director de la Comisión para la Doctrina de la Fe de la Arquidiócesis de México. Resumimos aquí su intervención.
Unos males supuestamente heredados
El autor resume así la idea que está en la base de la sanación intergeneracional: “los males que padecen actualmente las personas (males psíquicos, morales, sociales, espirituales y corporales) tienen una causa en sus antepasados. La persona actual sería como el último eslabón de una cadena, por donde van pasando los males que llegan a ella”. ¿De dónde vendrían estos males? De un triple origen: las malas inclinaciones de los antepasados, sus pecados, y las maldiciones lanzadas sobre sus descendientes. Lo que llevaría a la persona a tener “inclinaciones y tendencias a determinados males” o “ataduras ancestrales” muy fuertes.
La solución propuesta al creyente por algunos sacerdotes y grupos dedicados al ministerio de sanación y liberación sería “sanar su árbol genealógico con prácticas religiosas y oraciones específicas que puedan cortar esa nefasta ‘herencia’ que se ha recibido de los antepasados”, logrando la liberación propia y el perdón de los ancestros. Para ello se realizan unos ritos que implican asumir “nuevos conceptos como: transferencia, influencia, maldición intergeneracional, herencia ancestral, pegajosidad, sanación del árbol genealógico, etc.”.
¿De dónde viene esta teoría?
Después de ofrecer citas significativas de varios autores que sostienen esta idea, el padre Alcántara afirma que no podemos encontrar ningún autor católico que haya enseñado la doctrina del “pecado ancestral” antes de la segunda mitad del siglo XX, por lo que “es una ‘doctrina novedosa’, inventada, que representa un grave peligro para los que quieren aceptar la revelación divina tal como nos la presenta la Iglesia Católica”.
Esta teoría, según el sacerdote mexicano, “apareció por primera vez entre los protestantes por inspiración pagana. Un misionero protestante, Kenneth McAll, es quien dio el impulso a la práctica de ‘sanar’ el árbol genealógico hasta convertirlo en un movimiento”. Además, estas ideas tampoco tienen ningún fundamento filosófico ni científico. De hecho, el padre Alcántara apunta que “el supuesto fundamento filosófico del llamado daño ancestral es muy semejante a lo que popularmente se conoce como el ‘karma’, idea procedente de la religión hinduista”.
Por supuesto, la doctrina del pecado ancestral tampoco tiene fundamento teológico alguno, aunque sus defensores “tratan de justificar su aplicación del ‘karma’ a la teología cristiana basándose en las ciencias psicológicas, especialmente en Carl Jung”. O incluso llegan a citar la doctrina católica del pecado original, sin fundamento.
Pero… ¿no aparece en la Biblia?
La idea de pecados de los antepasados que influyen en la vida de las personas aparece en varios pasajes del Antiguo Testamento, que Rogelio Alcántara detalla y analiza para demostrar que la correcta interpretación de esos textos implica leerlos en su contexto, entendiéndolos “en un progreso pedagógico de la revelación, que llega a su plenitud en Cristo, quien nos enseña el auténtico concepto, por ejemplo, de castigo y misericordia divina”.
Precisamente es la misericordia de Dios el tema que se subraya en los textos bíblicos, la respuesta divina al pecado del ser humano. Por otro lado, hay textos en el Antiguo Testamento en los que se pone de manifiesto “que cada quien cargará con su culpa y las consecuencias de su pecado”, es decir, que “se subraya la dimensión personal del pecado”.
De manera que en el Antiguo Testamento “hay ya una nítida aclaración de la relación entre las consecuencias del pecado y la culpabilidad personal”. Algo que queda confirmado por las palabras de Jesús en los evangelios, como cuando responde a los que le preguntaban si un ciego lo era por sus propios pecados o por los de sus padres. Por eso, el sacerdote afirma que “a partir del análisis de los textos de la Sagrada Escritura podemos concluir que la ‘doctrina’ del llamado ‘pecado ancestral’ y la llamada ‘oración de sanación del árbol genealógico’ no tiene fundamento en la Revelación sobrenatural”.
Distinción entre influencias, pecados y maldiciones
El paso siguiente en la reflexión es aclarar los términos que se usan y distinguirlos. En primer lugar define la influencia intergeneracional como “todo elemento que altera o determina la forma de pensar o de actuar de alguien de una futura generación”. La influencia de una generación a otra existe, es algo natural, se da por cuestiones ambientales o de convivencia (como la educación humana o religiosa, el buen o mal ejemplo, etc.).
En segundo lugar aclara categóricamente con fundamento en la revelación que los llamados pecados intergeneracionales o ancestrales –entendidos como pecados que se transmiten de una generación a otra– no existen, porque el pecado es un acto libre, cuyas consecuencias por trasgredir la ley divina: culpa y pena son personales y por tanto intransferibles. El padre Alcántara reitera que “si por pecados ancestrales se entienden los pecados de los antepasados que se transfieren a la actual generación, éstos no existen, pues el único pecado que puede transmitirse por vía de la generación es el pecado original”.
Y añade que “si por pecados ancestrales se entiende simplemente los pecados que cometieron nuestros antepasados y que no se trasmiten a las actuales generaciones, podría aceptarse la expresión. Sin embargo, por prestarse a confusión y por correr el riesgo de que se interprete en el primer sentido, es mejor evitar el vocablo”. Los pecados de un antepasado no pueden predisponer al pecado al descendiente, sólo “podrían influir naturalmente (ambientalmente) a modo de ejemplo en las personas cercanas al pecador, pero no pueden predisponer a nadie al pecado”. Los pecados se repiten en las familias, sobre todo, por el mal ejemplo.
¿Tienen efecto las maldiciones?
En este punto, el teólogo mexicano vuelve a la cuestión de “las maldiciones que se hacen como petición al demonio” para que una persona quede privada de algún bien. Después de analizar los distintos tipos, aborda su efectividad: “quien maldice puede simplemente desear el mal del otro, pero el puro deseo humano no tiene poder para causar daño alguno. La maldición podría tener efecto cuando quien la lleva a cabo pide el mal para otro” –ya se lo pida a Dios o al demonio–.
Dado que Dios no responde a una petición que busque el mal de otra persona, los únicos que podrían acceder a cumplir las maldiciones son los demonios. ¿Y cómo es posible? Alcántara responde: “por un misterio –incomprensible muchas veces para nosotros– Dios permite actuar a su enemigo causando daños a sus creaturas humanas, de orden físico, psicológico o espiritual para su conversión y salvación”. Avanzando… ¿cuál es el alcance de una maldición o de la brujería en el tiempo? Según el autor, un hombre puede maldecir a sus descendientes, pero sólo a los vivos, pues no tiene bajo su potestad a los que no han sido concebidos.
¿Qué peligros hay?
Para terminar, el sacerdote mexicano afirma que “las llamadas misas (u oraciones) para sanar el árbol genealógico no son parte de la doctrina y liturgia católica… ni en la Revelación, ni en los Santos Padres, ni en la historia de la teología católica hay un solo ejemplo de que ésta sea o haya sido enseñanza católica”.
Basándose en un documento de los obispos franceses, explica que “la llamada oración de sanación del árbol genealógico lleva a la persona a buscar las razones de su sufrimiento fuera de sí misma. Lo cual a su vez impide que haya un verdadero proceso de ayuda psicológica que podría sanar al individuo. Por lo tanto, las ‘misas’ que se celebran con esta intención representan más un peligro psicológico para los fieles que una ayuda”.
Y, por último, subraya que “estas misas desvían la caridad que deberíamos tener hacia nuestros seres queridos difuntos. En efecto, en lugar de ofrecer misas por ellos, pedimos misas para nosotros, en cuanto que queremos que sus pecados dejen de afectarnos en esta vida”.
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Por: Holly Hamilton-Bleakley
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