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«Conocí Cienciología en los años ochenta en Milán. Tenía 30 años y estaba separada y con un hijo. Trabajaba pero estaba insatisfecha e inquieta. Aparte del matrimonio, mi vida me parecía un fracaso. Un día me encontré entre las manos una hoja publicitaria que invitaba a "conocerse a sí mismo". Fui a hacer un test con 200 preguntas. Al final, me dijeron que era inestable e infeliz porque no podía expresar todo mi potencial». Así comienza la aventura de diez años que pasó Francesca en Cienciología. Un grupo que en algunos países del mundo disfruta del reconocimiento como nueva religión y de la exención de impuestos. Con el mismo colaboran personajes como John Travolta. La ha revelado ahora al diario italiano «Avvenire».
Francesca ha salido hace tiempo de Cienciología. Cuenta con serenidad la experiencia. «Tras veinte lecciones sobre "anatomía de la mente humana" se me acercaron personas que me contaron cómo la Cienciología había cambiado sus vidas mejorándolas y me invitaron a hacer más cursos. Aprendí que era un "tethan", un ser actuante y consciente pero a causa de mis "aberraciones" (es decir los traumas de mi vida) estaba atrapada en un cuerpo y había perdido conciencia. Mi existencia estaba constituida por una cadena interminable de vidas precedentes, en las que había seguido perdiendo conciencia. Ahora, sin embargo, gracias a Cienciología, podía salir de esta espiral para alcanzar la libertad total. Esta perspectiva de libertad, de dominio sobre la realidad, me fascinó. Además, practicar Cienciología no era abrazar ciegamente una creencia sino seguir un método científico probado por muchos con éxito. Este no ser una fe sino una ciencia me daba seguridad».
A Francesca le dijeron que el mejoramiento le vendría través de una serie de grados en el Puente o Camino hacia la felicidad. Cada grado es un nuevo curso y nuevos dineros que hay que pagar ala organización. «Hay una técnica para todo y un coste para cada técnica, coste que sube a medida que se avanza por el Puente». Tras algunos meses, Francesca decide que esto es lo más importante de su vida, abandona el trabajo y confía su hijo a una pariente. Entra en la organización de la Cienciología donde la hacen trabajar 12 ó 15 horas al día por muy poco dinero. No se preocupa porque tiene el dinero de la liquidación y además, piensa «dentro de poco seré tan capaz y libre que podré hacer lo que quiera».
Pero las cosas no van como había pensado. Cuando llega a la condición de «claro» (un nivel de conciencia y libertad capaz de hacer a la persona autónoma) experimenta una gran alegría que le dura poco: «me parecía en realidad estar exactamente como en el punto de partida. Yo me decía que en los niveles superiores resolvería mis problemas pero siempre se va adelante y el Puente no acaba nunca».
En aquel momento debía ir a Copenhague para pasar el nivel OT3, llamado el «muro de fuego». «Trabajé muchísimo para lograr mi nivel OT3 aunque cada vez más me parecía ciencia ficción y no ciencia. Pero estaba ha habituada a pensar poco y a fiarme totalmente de los escritos de Hubbard. Volví a casa y no olvidaré aquel viaje porque empecé a tener perturbaciones mentales que antes no había tenido nunca: sentido de asfixia, pánico, incapacidad de mantener el control de mi conciencia. Luego he sabido que otros tuvieron perturbaciones semejantes al acabar el OT3».
Al llegar a Italia, se sentía cada vez más fuera de la realidad: «creía que habría sido libre y en cambio me encontraba incapaz de resolver las cosas más banales de mi vida cotidiana. Mientras tanto, tras cinco años, el dinero de la liquidación se había acabado y yo no podía hacerme cargo de mi hijo. Decidí salir pero no fue fácil. Me hicieron acusaciones de todo tipo, intentos de hacerme confesar cosas que no había hecho, la amenaza (para mí gravísima) de no poder practicar nunca más la Cienciología por toda la eternidad (por tanto me negaban la vida eterna). Me dijeron incluso que usarían todo lo que dije en las sesiones de "auditing" (una especie de confesión ante un rudimentario detector de mentiras llamado "E-meter") sería publicado. Mientras tanto, me llamaban por teléfono muy amables diciéndome que yo era tan estupenda que justamente ahora no podía abandonar. Me fui durante algún tiempo a un lugar escondido porque me sentía acosada».
La conclusión de Francesca es elocuente: «Se entra en Cienciología para autorrealizarse y uno se convierte en completamente dependiente de esta "ciencia". Para entrar en la organización avanzada, yo había firmado un contrato de dos mil millones de años: estaba completamente fuera de la realidad. La noche en que cumplí 40 años, me di cuenta de la nada con la que había llenado mi vida. ¿Y mi hijo, y mi trabajo? Con un terror mezclado con alegría, comprendí que tenía que comenzar todo desde el principio»
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