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"¿Son, acaso, Ireneo, Cipriano, Reticio, Olimpio, Hilario, Gregorio, Basilio, Ambrosio y Juan, "de una clase plebeya", como tú, con frase tuliana, gozas llamar a los que contra vosotros son invocados? ¿Vas a decir que son soldados, jóvenes escolares, marinos, mesoneros, pescadores, matarifes, cocineros, gente disoluta arrojada de los monasterios? ¿Dirás que son una pobre turba de clérigos, a quienes haces objeto de tu fina mordacidad, o mejor, de tu vanidad; para los que sólo tienes desprecio "porque no son capaces de razonar sobre el dogma a tenor de las Categorías de Aristóteles?" ¡Cómo si tú, que tanto lamentas se os niegue un sínodo de obispos para que examinen y juzguen vuestra causa, pudieras encontrar una asamblea de peripatéticos donde se pueda discutir sobre el sujeto y cuanto existe en el sujeto, y luego se pronunciase sentencia dialéctica contra el pecado original! Los jueces ante los que te emplazo son obispos, doctores, graves, santos, defensores acérrimos de la verdad contra la garrulería. Son varones en los que la razón, la ciencia y la libertad, tres cualidades que tú juzgas indispensables en un buen juez, son evidentes, y nada tienes que objetar en esta materia.
Si se reuniese un concilio episcopal del mundo entero, sería un milagro pudieran sentarse allí hombres de tanta ciencia y virtud. Porque estos citados no son coetáneos, sino que Dios, como le plugo y juzgó conveniente, eligió, en diversos tiempos y lugares muy lejanos, unos pocos fieles dispensadores de su palabra. Ves, pues, a estos santos obispos, que han vivido en épocas y regiones muy diversas, congregados de Oriente y Occidente no en un lugar a donde sólo por mar pueden llegar los hombres, sino en un libro que puede llegar a ellos dondequiera se encuentren.
Cuanto más amables te sean estos jueces, si profesas la fe católica, tanto más terribles serán para ti si impugnas la fe que ellos mamaron con la leche; que tomaron como alimento; pan y leche que ellos sirvieron a pequeños y grandes; fe que con fortaleza y constancia defendieron contra enemigos que ya existían entonces, e incluso contra vosotros, que no habíais nacido y que hoy os rebeláis contra ella. Merced a estos agricultores, regantes, arquitectos, pastores y proveedores, la santa Iglesia apostólica creció y se propagó. Por eso mira con horror las profanas voces de vuestras novedades; cauta y prudente toma en cuenta el aviso del Apóstol, para no dejarse seducir, como Eva, por la astucia de la serpiente; ni permite se corrompa en su seno la castidad cristiana, que consiste en la pureza de su fe católica. Por eso se horroriza ante las insidias que tendéis al mundo con vuestra doctrina subrepticia y, como si fuera la cabeza de una serpiente, la pisotea, tritura y destruye.
Que las palabras y la autoridad de tantos santos e ilustres doctores te curen con el colirio de la misericordia de Dios, como yo vivamente deseo; o si, lo que detesto, perseveras en lo que a ti te parece gran sabiduría y es una gran necedad, no busques jueces ante los cuales te justifiques, sino donde te sea permitido acusar a tantos santos e insignes doctores, célebres defensores de la fe católica: Ireneo, Cipriano, Reticio, Olimpio, Hilario, Gregorio, Basilio, Ambrosio, Juan, Inocencio, Jerónimo y todos cuantos están unidos en la misma fe. En resumen, toda la Iglesia de Cristo, familia divina a la cual ellos fielmente distribuyeron el pan del Señor, adquiriendo así ante Dios gloria imperecedera. Y, si no quieres abandonar doctrina tan miserable e insensata -pido a Dios te apartes de ella-, me parece que, respondiendo a tus libros, defiendo, contra ti, la fe de estos santos doctores, como se defiende el mismo Evangelio contra los impíos, enemigos declarados de Cristo." (Replica a Juliano, Libro II, X, 37)
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Richbell Meléndez, laico católico dedicado a la apologética, colaborador asiduo de distintas páginas de apologética católica y tutor de la escuela de apologética online DASM.
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