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Por: Richbell Meléndez

 

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El sacramento de la reconciliación o confesión y San Pablo

 

Es importante recordar que todos los sacerdotes de la Iglesia católica son ungidos por el Espíritu Santo y al recibir el sacramento del orden sacerdotal se convierten en sucesores de los Apóstoles.

 

Pero, ¿por qué la Iglesia practica el sacramento de la confesión?

 

Porque Jesucristo instituyó bíblicamente el Sacramento de la Reconciliación para confesar nuestros pecados y reconciliarnos con él, por eso le dio a sus apóstoles el poder de perdonar los pecados:

 

“Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»” Juan 20, 22-23 (Biblia de Jerusalén 1976)

 

Jesús dio a los Apóstoles la autoridad para perdonar los pecados, así como Él tenía autoridad dada por el Padre para perdonar los pecados en la tierra, no como Hijo de Dios, SINO como Hijo del Hombre. (Mt 9, 6-8)

 

Los católicos creen que ningún sacerdote, como hombre e individuo, por muy piadoso o estudiado que sea, tiene el poder de perdonar los pecados, aparte de Dios. Sin embargo, el sacerdote en el confesionario, después de la preparación al Sacramento, al recitar la fórmula de la absolución, perdona los pecados del penitente en lugar de Cristo, como si nos confesáramos en presencia de Cristo. El perdón, por tanto, viene de Dios, no del sacerdote, que actúa en calidad de "Persona Christi", como sucesor de los Apóstoles.

 

Del mismo modo, como ocurre en la Santa Misa, cuando el sacerdote, al bendecir las ofrendas de pan y vino pide a Dios Padre que las acepte y por medio del Espíritu Santo transforme las sustancias (no la forma, de ahí el nombre de Transubstanciación) en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, como hizo el propio Jesús en la Última Cena. Porque es precisamente Cristo mismo, a través del sacerdote, quien preside la Misa.

 

Veamos lo que escribió San Pablo:

 

“Y al que vosotros perdonáis, yo también; porque también yo lo que he perdonado, si algo he perdonado, por vosotros lo he hecho en presencia de Cristo,” 2 Corintios 2, 10 (Biblia Reina Valera 1960)

 

Hay muchas pruebas más en los escritos de los primeros cristianos, los Padres de la Iglesia, que informan de que los cristianos confesaban públicamente sus pecados ante los sacerdotes como los siguientes textos de San Ambrosio de Milán.

 

“Profesan mostrando reverencia al Señor reservando sólo a El el poder de perdonar pecados. Mayor error no puede ser que el que cometen al buscar rescindir de Sus órdenes echando abajo el oficio que El confirió. La Iglesia lo obedece en ambos aspectos, al ligar el pecado y al soltarlo; porque el Señor quiso que ambos poderes deban ser iguales.” (De poenitentia, I, ii, 6)

 

Enseña que este poder es una función del sacerdocio y que este puede perdonar todos los pecados:

 

“Pareciera imposible que los pecados deban ser perdonados a través de la penitencia; Cristo otorgó este (poder) a los apóstoles y de los Apóstoles ha sido transmitido al oficio de los sacerdotes.” (Op.cit., II, ii, 12)

 

El poder de perdonar se extiende a todos los pecados: “Dios no hace distinción; Él prometió misericordia para todos y a Sus sacerdotes les otorgó la autoridad para perdonar sin ninguna excepción.” (Op.cit., I, iii, 10)

 

En los textos textos anteriores podemos como San Ambrosio le aclara a los herejes Novacianos que Cristo le dio poder a sus apóstoles y a sus sucesores los sacerdotes para perdonar pecados, haciendo referencia a Juan 20, 22-23.

 

Es importante señalar que el bautismo administrado por Juan el Bautista era un bautismo de arrepentimiento, en el que el creyente, ya fuera gentil o judío, no sólo se arrepentía sino que confesaba verbalmente sus pecados.

 

Jesucristo dispuso que el perdón sacramental llegara a través del ministerio del sacerdote. Si alguien argumenta en contra de esto, no está discutiendo tanto con la Iglesia Católica sino con el propio Cristo.

 

Los católicos formamos parte de una Iglesia Apostólica y, por tanto, nos tomamos muy en serio las enseñanzas apostólicas, pues el Señor dijo:

 

“El que a vosotros oye, a mí me oye; y el que a vosotros desecha, a mí me desecha; y el que me desecha a mí, desecha al que me envió.” Lucas 10, 16 (Biblia Reina Valera 1960)

 

A pesar de la confesión privada, los católicos conservamos la costumbre del Acto Penitencial, una tradición que se remonta a los primeros tiempos de la Iglesia, el cual podemos encontrar una referencia en la Didaje, conocido como el primer catecismo de la Iglesia.

 

“Cuando os reuniéreis en el domingo del Señor, partid el pan, y para que el sacrificio sea puro, dad gracias después de haber confesado vuestros pecados.” Didaje XIV

 

Este acto consiste en confesar al comienzo de la celebración de la Santa Misa que somos pecadores recitando la siguiente oración:

 

“Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante vosotros hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Por eso ruego a Santa María, siempre Virgen, a los ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos, que intercedáis por mí ante Dios nuestro Señor.” (Rito Ordinario de la Misa)

 

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Richbell Meléndez, laico católico dedicado a la apologética, colaborador asiduo de distintas páginas de apologética católica y tutor de la escuela de apologética online DASM.

 

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