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Material relacionado: Crónica de un exorcismo (I), por José Manuel Vidal, Diario El Mundo (España)
El editorial de Hispanidad.com correspondiente a la edición del lunes 30 de septiembre es largo, pero les aseguro que merece la pena. Es una descripción, en primera persona, de una ceremonia de exorcismo celebrada en una capilla de Alcalá de Henares (Madrid), y cuyo objetivo era liberar a una joven poseída por un demonio. En esa sesión, de dos horas y media de duración, estuvieron presentes el director de Opinión de Hispanidad, Javier Paredes, y Luis Losada, que es el narrador. Otra sesión anterior, narrada por el director de Religión del diario El Mundo, José Manuel Vidal, y por el responsable de esa misma sección en la agencia EFE, ha provocado un gran revuelo. La sesión se contó en El Mundo, y Vidal concluía diciendo que lo que él vio "no era un montaje". De inmediato, la reacción de muchos (por ejemplo, la de algunos lectores de El Mundo) ha sido la misma: ¿Cómo es posible que un periódico serio cuente estas cosas? Eso sí, al parecer, nadie se ha preocupado de adoptar la actitud más científica de todas: comprobar los hechos. En este caso, como en cualquier otro descubrimiento o testimonio humano, caben tres actitudes: o alguien engañó a los testigos del exorcismo, o los testigos engañan, o es verdad que los demonios existen y que pueden poseer el cuerpo de otro espíritu, porque los seres humanos no son más que un anfibio de cuerpo y espíritu.
Sin embargo, miren por dónde, muchos han decidido, sin comprobarlo científicamente, que lo narrado es falso. Porque sí, porque no están dispuestos a aceptar la existencia de espíritus, aunque los hechos les desmientan. Peor para los hechos, concluyen. Y además se enfadan e insultan a los testigos: ¡Qué cosas!
Les animo a leer el testimonio de Luis Losada, ratificado por Javier Paredes, sin prejuicios. De sus conclusiones sobre el relato puede depender todo o no depender nada, pero seguramente pondrá a prueba su ecuanimidad. Allá va:
Regreso de una de las sesiones de exorcismo realizadas por el padre Fortea. Escribo impresionado. Los gritos de Zabulón, y los rezos del sacerdote y de la madre de la poseída, todavía martillean mi conciencia. Creo en el "No prevalecerán", pero tengo miedo. Si pudiera dar marcha atrás, lo haría, sin ninguna duda, y no hubiera acudido a esa sesión. Mi alma se encuentra inquieta tras el brutal encuentro con el demonio. Pero tengo que escribir lo que he visto, porque Dios ha permitido que el demonio Zabulón se apodere del cuerpo de Marta (nombre supuesto de la poseída) "para que se conciencien" de la existencia del demonio. Esa es una de las respuestas que Zabulón dio al exorcista cuando le preguntó por qué no salía de ese cuerpo. Por eso, María (nombre igualmente supuesto), la madre de Marta, me pidió, al despedirnos, que se lo contáramos a todo el mundo, para que, cuanto antes, se produzca la liberación de su hija.
-"Padre, ¿podemos contar algo de lo que hemos visto?"
-Podéis contar lo que queráis. Las obras de la luz no tienen miedo de la luz, las obras de las tinieblas buscan las tinieblas.
Sin duda, algún sentido debe tener mi presencia en ese exorcismo, que, con el paso del tiempo, acabaré descubriendo. Entretanto, sólo puedo manifestar motivaciones a ras de suelo. La inquietud periodística, la curiosidad malsana y sin duda la ingenuidad y la inconsciencia me hicieron aceptar la oferta de mi amigo y compañero de Radio Intereconomía, Javier Paredes, para acompañarle a una sesión de exorcismo. Sin preparación psicológica, agarro el coche rumbo a la parroquia madrileña donde el P. Fortea celebrará la sesión decimoséptima del exorcismo de Marta.
Marta es una chica joven, de apariencia dulce, que acude con una mezcla de miedo y esperanza a la sesión, con el objetivo de que la "pesadilla" desaparezca. Al terminar "todo" nos confesará estar cansada, aunque se siente incapaz de recordar lo que hemos vivido durante más de dos larguísimas, interminables horas. María, su madre, es baja, delgada, muy menuda... Está consumida, triturada, pero es muy fuerte, ha aguantado todo el exorcismo de rodillas junto a su hija.
Sin largas charlas ni preparación alguna, el P. Fortea nos sienta a Javier y a mí en un banco de la capilla. No hay nadie más. Tan sólo dos indicaciones: apagar los móviles y permiso para abandonar la sesión cuando lo deseemos. No es un gran bagaje para asistir a lo más impactante que una persona jamás podrá asistir. Sin preámbulos, Marta se tumba en la colchoneta que, previamente, ha ayudado a colocar. Su madre se arrodilla a su lado. Javier y yo permanecemos en el banco en una actitud discreta, expectante... y acobardada.
El P. Fortea se arrodilla y reza en silencio durante unos minutos. Después se sienta en la colchoneta delante de la cabeza de Marta. Le pone la mano encima de la cabeza y comienza a invocar a Dios. Sólo con pronunciar su nombre el cuerpo de Marta sufre un espasmo, sus pupilas se ocultan y sus ojos permanecerán en blanco durante toda la sesión. Después, invoca a San Jorge y Marta vuelve a convulsionarse en medio de gritos desgarradores.
Lo que vivimos Javier y yo durante dos horas y media fue una prolongación de este comienzo, en un estado de tensión que todavía ahora oprime mi alma. Son las dos y media de la madrugada. Han pasado más de doce horas desde la finalización del exorcismo. Sigo tenso y sin paz. Pero rezo. Por Marta y por su madre. Pero también por todos los testigos que hemos pasado por esa capilla donde Zabulón se ha hecho palpablemente presente.
En un momento dado, el sacerdote ordena al demonio:
-¡En nombre de Jesucristo, sal de la chica!
-¡No! -responde la voz de ultratumba que sale del cuerpo de Marta. No es la voz de Marta, es una voz ronca, fuerte y cargada de odio. Hay odio en todas las respuestas de Zabulón. Hasta un simple sí o un no, se pronuncia envuelto en odio. Lo palpas.
-"Por mi poder sacerdotal, te ordeno que salgas de esa mujer", prosigue el padre Fortea.
-¡Aggghh! -responde Zabulón, en medio de espasmos, convulsiones y gritos. Marta se retuerce. Desde su posición yacente, bota con una elasticidad extraña. Si no fuera por la colchoneta, se provocaría lesiones graves... Aunque vaya usted a saber, porque, después de haber estado gritando, muy fuerte, durante más de dos horas, cuando nos despedimos no apreciamos en Marta el menor signo de ronquera.
El exorcista ordena a Zabulón, una y otra vez, que abandone ese cuerpo, pero el demonio se resiste. Para presionarle, el P. Fortea le recordaba a Zabulón que estaba haciendo mucho bien, porque, a través de él, muchos creerían en su existencia. Marta -o lo que vive dentro de ella- se retorcía con violencia. Entonces, el P. Fortea volvía al ataque recordando al demonio que le esperaba la condenación eterna, que no tenía nada que hacer. Zabulón aullaba desesperadamente.
Posteriormente, el P. Fortea "se armó" con una estampa de la Virgen de Fátima y una cruz. Con la estampa en ristre instó a Zabulón a que la besara.
-¡Aggggghh! ¡Nooooo! -respondía la voz de ultratumba que salía del femenino y adolescente cuerpo de Marta.
-En nombre de Jesucristo, te lo ordeno, besa esta estampa -insistía el exorcista.
-¡No quiero! -respondía Zabulón, entre espasmos, gritos y convulsiones del cuerpo de Marta.
El P. Fortea hace un pequeño receso y pide a San Jorge que le ayude. Ante el nombre de San Jorge, Marta se revuelve. De entre todas las invocaciones a los ángeles y a los santos, la de San Jorge, para este demonio en concreto, es la más eficaz. Pronunciar su nombre produce un efecto inmediato. Ante los espasmos y alaridos de la chica, siento lástima por Marta, pero miro a su madre, quien, con gesto sereno, aprueba el ceremonial. Porque no es Marta la que se retuerce, es Zabulón a quien está martirizando el exorcista.
-Sabes que lo tendrás que hacer tarde o temprano. Te lo ordeno: ¡sal!
-Noggghhh! -responde Zabulón.
-Muy bien, tú lo has querido -responde el P. Fortea- voy a echarte agua bendita...
-¡Aggg! -Zabulón se retuerce ante la idea de ser rociado por agua bendita. El cuerpo de Marta bota ante las gotas que caen del agua que vierte el exorcista.
Javier y yo seguimos sentados. Él tiene un rosario entre sus manos. De regreso, en el coche, me dijo que durante las dos horas estuvo pasando las cuentas, rezando Avemarías y jaculatorias, pidiendo por Marta... y para que no nos pasara nada a nosotros.
Permanezco inmóvil, tratando de pasar desapercibido. Creo que a Javier le pasa lo mismo. Tenemos a un demonio delante de nuestras narices en plena "exhibición" de su poder, odio y furia. Estoy asustado. Sigo temeroso. En un momento, Marta arroja uno de los rosarios de su madre. Lo cojo y ya no lo soltaré en toda la sesión.
Durante toda la sesión, sólo en alguna ocasión Marta giró un poco el cuello y nos miró de reojo, con sus ojos en blanco, pero en ningún momento nos miró de frente: eso gracias a Dios no lo hizo nunca. Parecía como si hubiera una barrera entre ella y nosotros. Era una barrera muy fina, invisible y frágil, pero yo temía que se pudiera romper en cualquier momento. Afortunadamente, durante las dos horas y media de la sesión no nos miró de frente.
El exorcismo continúa. En un momento dado, el P. Fortea sale a descansar, rezando una parte de la liturgia de las horas. ¿No podría rezar en otro momento?, pienso para mis adentros.
-¡En nombre de Jesús, besa el crucifijo!
-¡Aggg!, -gime Zabulón.
La madre de Marta se dirige directamente al demonio y le dice: "Yo soy sólo una criatura, pero amo al Señor, y en su nombre te digo, besa el crucifijo".
-No, -dice Zabulón, amenazando a la madre con las manos de Marta en forma de garras.
-¡No te atrevas a hacerme nada! ¡Atrás!
Las manos de Marta convertidas en garras prosiguen su acoso sobre la madre:
-¡Atrás!
Entonces la mano se convierte en un cuerno dispuesto a sacar los ojos de la sufriente madre, forzadamente metida a exorcista.
-He dicho que no te atrevas a hacer nada a esta criatura de Dios, en el nombre del arcángel San Gabriel, de San Jorge y de todos los santos.
El P. Fortea calla ante esta intervención de la madre y sigue rezando en silencio, consciente de que el amor de una madre, puede ser una de las fuerzas más poderosas de este mundo. La imprecación de la madre al demonio continúa durante un tiempo, que se me hace eterno. Ella le ordena que se incorpore. Tras varias negativas, finalmente lo hace.
Una vez sentada, la madre le exige que incline su cabeza ante la estampa de la Virgen. En este momento el cuello de Marta, de un golpe seco, se estira hacia atrás hasta límites insospechados.
-No –responde el discípulo de Satanás por boca de Marta. Es impresionante ver el cuello estirado y la cabeza hacia atrás, en actitud y postura soberbias, empecinado en no doblegar la cabeza ante la estampa de la Virgen. La madre, insiste, testaruda, y Zabulón responde con el mismo tono desafiante.
Pero la madre no se rinde. Finalmente, en medio de espasmos y gritos, el cuello empieza a ceder hasta tocar el pecho con la barbilla. Un proceso duro, que no se hace sin resistencia de Zabulón, que se niega a prestar reverencia a la Virgen. Entretanto la poseída ha cerrado los ojos para no contemplar la estampa, mientras inclina su cabeza. Y María le ordena que los abra. Los abre, pero la expresión es espantosa, los ojos están totalmente blancos, pero más espantosa es la mirada odiosa, dirigida como un dardo hacia la imagen de la Virgen María.
El exorcista toma la iniciativa. Ordena al demonio: "Besa el crucifijo": ¡Noooo! Cuando la sesión parecía que no avanzaba, ni hacia adelante ni hacia atrás, Zabulón, mudo, hace con la mano el signo de "querer escribir".
Inmediatamente, el P. Fortea se va a la sacristía a por papel y bolígrafo. No parece encontrarlo y yo estoy a punto de ofrecerle mi pluma y mi cuaderno. No lo hago por miedo a acercarme y por mi apego material a mi pluma de marca. Afortunadamente, el sacerdote encuentra los utensilios de escritura: un bloc grande que la madre coloca sobre su vientre, y sobre el bloc coloca un folio. El bolígrafo no funciona y se sustituye por un lápiz. Marta esta ahora tumbada boca arriba, con la cabeza hacia atrás y estira el brazo para llegar al folio. En esta postura es imposible que puede ver su propia mano escribiendo. A toda velocidad y, por supuesto, sin mirar al papel, la mano de Marta comienza a deslizarse por el folio. Si los gritos y la voz ronca te hacen sentir la presencia de Zabulón, ahora, mientras escribe, se le siente todavía más cerca. Javier y yo no entendíamos bien lo que pasaba. Sólo oíamos las preguntas del exorcista, pero no veíamos las respuestas escritas. Cuando acabó el exorcismo, Fortea le entregó los dos folios a Javier, que obran en su poder. De vuelta a casa, ambos tratamos de reconstruir la escena. Fue entonces cuando Javier me hizo notar que las letras no se metían unas por otras: la escritura era clarísima y las tildes de las íes estaban colocadas perfectamente encima de la letra correspondiente. Los caracteres eran los propios de la letra impresa, no de la escritura manual. El diálogo oral-escrito, en el que el padre Fortea pregunta y Zabulón responde escribiendo a través de la mano de Marta, dice lo siguiente:
-Quería desesperaros porque tenía refuerzos.
Con esa frase escrita, Zabulón explica el estancamiento del exorcismo que se había producido durante la primera hora.
-¿Qué refuerzos, quién ha venido? -pregunta el exorcista.
-Satán –responde Zabulón-, pero ya se ha ido. Y, a continuación, y sin preguntarle nada, vuelve a escribir: "Falta 1 persona". Y subraya el "1" varias veces.
-¿Qué persona?
Ante esta pregunta, la mano suelta el lápiz y Marta cierra fuertemente los labios. Zabulón no quiere responder.
-Dame un signo para que sepa quién es -insiste el exorcista, pero los labios de la endemoniada permanecen sellados.
En este punto ya estábamos agotados, habían pasado casi dos horas. No respiramos durante toda la sesión y mantuvimos un estado de tensión y miedo como jamás he atravesado en mi vida. El exorcista sigue tratando de que Zabulón bese el crucifijo, reconozca a su Rey, etc, con escaso éxito. Entonces llega uno de los momentos para mí más impactantes. El sacerdote cambia de postura y, sin querer, da una patada a la vasija del agua bendita, que se derrama por toda la capilla. Escucho una risa sorda, y odiosa del más allá. Zabulón se regocija del error del P. Fortea. Me estremezco.
El exorcista no parece darle ninguna importancia. Estoy impresionado. No le importa nada, no le impresiona nada. Todo es normal. Yo estoy que me subo por las paredes... Entonces, el sacerdote decide darle de comulgar a la poseída. Se reviste con una estola, va hacia el Sagrario y se coloca a los pies de la endemoniada. Coge una sagrada forma y la levanta en alto. La endemoniada, tendida en el suelo, boca arriba, cambia la expresión de su rostro, es todo terror y comienza a arrastrarse hacia atrás, para alejarse lo más posible del sacerdote. Repta boca arriba con los mismos movimientos de un lagarto. Entonces, en nombre de Cristo, presente en la hostia, el sacerdote le ordena que se arrodille diciéndole: "Ante el nombre de Cristo, toda rodilla se doble". Zabulón-Marta, tras una cierta resistencia, se arrodilla. Javier y yo, desde que se abrió el Sagrario, caímos de rodillas y vamos a permanecer así hasta que vuelva a introducir el copón en el Sagrario.
-Al fin y al cabo, te deberíamos estar agradecidos, -dice el P. Fortea-, gracias a ti, muchos creerán en los demonios. ¿Te das cuenta cómo tú también sirves a Dios?
-¡Noooo! -responde escuetamente Zabulón.
-Mira a tu Rey y Señor, -ordena el exorcista con la hostia en la mano.
El alarido gutural del demonio se hace más estruendoso:
-¡Aggg! ¡Nooo!
El Padre Fortea insiste y, tras varios intentos, Zabulón tiene que obedecer y abre la boca. La hostia permanece en la lengua de Marta, quien mantiene la boca abierta durante varios minutos. Se niega a tragarla. Mientras tanto, Zabulón emite gritos, y el cuerpo de Marta se convulsiona. Al terminar todo, Javier y yo coincidimos en el temor a que Zabulón hubiera escupido la sagrada comunión. Pero, en ese momento del exorcismo, el demonio, agotado, ya no puede sino obedecer las órdenes del sacerdote. Pasados unos minutos, y tras las órdenes, tanto del exorcista como de la madre, para que tragara la forma, la hostia entró en el cuerpo de Marta.
Entonces se produjo la mayor de las convulsiones de toda la sesión. Gritos, alaridos, gemidos, zarpas, movimientos acelerados del cuerpo. Varios minutos de tensión máxima. No sabía dónde meterme. Sólo recordarlo me da pánico. El P. Fortea, permanece impasible. Prosigue el exorcismo musitando palabras que no entiendo. No es español, tampoco latín, el idioma utilizado en varias de las exhortaciones de la sesión. Al terminar, le pregunto: "No te lo puedo decir ahora, te lo diré más tarde". No entiendo la respuesta. En realidad, no entiendo nada... Tampoco el exorcista entiende el idioma en el que habla Zabulón. El espíritu maligno repite con insistencia una expresión extraña. El exorcista cree que se trata de varias palabras que pueden tener algún significado. Pero se trata de una lengua extrañísima.
Casi al final de la sesión, el sacerdote recuerda lo escrito en el papel: "Falta 1 persona". Se supone que un tercer testigo, y le ordena que le diga la identidad. Todo esfuerzo es inútil, así que, como "castigo" le ordena que bese el sagrario. Marta se incorpora con la ayuda del exorcista y de su madre. Caminan y, antes de llegar al Sagrario, pasan por delante de una imagen gótica de la Virgen María
-Besa los pies que han de aplastar tu cabeza -le ordena Fortea. Y la endemoniada, tras emitir unos sonidos que sugieren asco y repugnancia, ante la imagen de la Virgen –sonidos emitidos a lo largo del exorcismo antes de besar las estampas o el crucifijo- besa los pies de la imagen. Javier y yo permanecemos en nuestro sitio, mientras la posesa y el exorcista se dirigen al Sagrario. Tras mucha insistencia, Zabulón pronuncia un nombre que para el exorcista resulta muy claro y que yo, a pesar de encontrarme a tan sólo 5 metros, no escucho con claridad. Al parecer, se trata de una persona conocida que permitiría cumplir el objetivo verbalizado en anteriores sesiones: "Que se conciencien"... de la existencia de los demonios.
El exorcista se da por contento con el nombre, pues es el nombre de una persona que había pensado invitar, varios días antes de comenzar esta sesión. Aunque el demonio sigue dentro, decide entonces terminar la sesión. Tumba a Marta en la colchoneta y no hace nada más. Tan sólo recoge el "material"; agua bendita, breviario, Biblia, crucifijo, rosario, etc. De repente, Marta abandona la crisis. Recupera sus ojos y su sonrisa tímida. No recuerda nada. Sólo tiene la sensación de haber salido de una pesadilla, pero no recuerda nada más.
No es capaz de explicar tampoco cómo entra en "crisis". Le pregunto si es como cuando uno es anestesiado para una operación y me responde que no. Todavía no lo comprendo. Ella sabía que iban a "ocurrir cosas". Antes de la sesión se quitó cuidadosamente los pendientes y los zapatos. Se tumbó "religiosamente" en la colchoneta y se sometió al "tratamiento" del sacerdote.
Más sorprendente resulta que Marta se encuentre en gracia de Dios y acuda cada domingo a la celebración eucarística. ¿Cómo es posible que en una misma persona habite la gracia santificante y el demonio? Todavía no tengo respuesta. No tengo respuesta para muchas cosas... Sólo sé que lo que Ud. lee, yo lo vi con mis ojos descreídos y morbosos. ¿Para que se conciencien de la existencia de los demonios?
No entiendo de psiquiatría ni de teología. Simplemente doy testimonio de lo que vi, y como notario de la realidad, certifico que lo que aquí se contiene es cierto. Espero que para el bien del lector, de Marta, de su madre y de cuantos testigos hemos pasado por esa capilla. Que así sea.
Luis Losada. Economista y periodista. Testimonio ratificado por Javier Paredes, historiador y periodista, director de opinión de Hispanidad.com
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