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Pregunta: ¿Es cierto que la Biblia Prohíbe la transfusión de sangre?
Misioneros de la Palabra de Dios
Respuesta:
Hay católicos que me preguntan si es verdad que la Biblia prohíbe la transfusión de sangre... Su inquietud nace del hecho de que algunas personas, con la Biblia en la mano, tratan de afirmar que la transfusión de sangre es un pecado gravísimo contra Dios. Tales personas -así dicen ellos- prefieren morir antes que aceptar una transfusión de sangre, porque dicen: es la voluntad de Dios. En esta línea están sobre todo los Testigos de Jehová y miembros de algunas sectas religiosas modernas.
¡Qué triste que haya gente entre nosotros que usa la Biblia para confundir al cristiano y para propagar estas teorías que son una burla a la humanidad! A los que piensan así les quiero recordar que como cristianos verdaderos nunca debemos leer la Biblia en forma parcial; nunca debemos estudiar el Antiguo Testamento (A.T.) sin tomar en cuenta el Nuevo Testamento (N.T.).
Hay una gran diferencia entre los dos. Aunque se complementan el A.T. y el N.T., no debemos olvidar que Jesucristo, Dios-hombre, es el centro y el fin de toda la Biblia. Además Jesucristo, con su autoridad humano-divina, corrigió varias cosas que se leen en el A.T. y anuló muchas costumbres que para los judíos del A.T. eran prácticas muy importantes. Si uno lee atentamente la Biblia verá que de la primera a la última página hay una evolución doctrinal y moral. Es decir, que no todo en la Biblia tiene el mismo valor o igual vigencia. Y entre esas cosas que cambió el N.T. está la ley de la sangre.
¿Qué nos enseña el A.T. acerca de la transfusión de sangre?
Antes que nada, debemos decir que la Biblia nunca habla de la transfusión de sangre como práctica de medicina para salvar a enfermos, simplemente porque los antiguos no conocieron este tratamiento. Pero veamos de dónde sacan algunos miembros de otras religiones esta creencia.
Los israelitas del A.T., como otros pueblos antiguos de aquel tiempo, pensaban que la vida (o el alma) de cada ser estaba en la sangre. Leemos en Gén. 9, 4-5: «Lo único que no deben comer es la carne con su alma, es decir, con su sangre... Reclamaré la sangre de ustedes, como si fuera su alma».
Así, los antiguos creían que el alma era la sangre misma (Lev. 17, 14; Dt. 12, 23). Es decir: alma = vida = sangre. Ahora bien, Dios es el único Señor de la vida y por eso la sangre tenía un carácter sagrado para los israelitas, la sangre pertenecía a Dios. De este concepto antiguo que tenían los israelitas acerca de la vida, vienen las leyes acerca de la sangre que es lo que vamos a analizar ahora brevemente:
1 Prohibición del homicidio
El hombre fue creado a imagen de Dios, por lo cual Dios tiene poder sobre su vida: «Si alguien derrama su sangre, Dios le pedirá cuenta de ello (Gén. 9, 5). En esto encuentra su fundamento religioso el mandamiento que dice: «No matarás» (Ex. 20, 13). Pero en caso de homicidio los antiguos aceptaron la venganza de sangre inocente contra el asesino: «Vida por vida, ojo por ojo, diente por diente» (Ex. 21, 23). Solamente fue admitida una venganza limitada, porque Dios mismo se encargará de esta venganza, haciendo recaer la sangre inocente sobre la cabeza del asesino (1 Reyes 2, 32).
2. Prohibición de la sangre como alimento
La sangre, como signo de la vida, pertenece sólo a Dios y por eso la sangre es parte de Dios (Lev. 3, 17). La sangre derramada es alimento de Dios, «manjar de Yavé», y ningún hombre puede beber sangre, ni comer carne prohibida (Dt. 12, 16). La sangre pertenece por derecho propio a Dios, Señor de la vida. (De ahí sacan los Testigos de Jehová su enseñanza de no aceptar la transfusión de sangre).
3. El uso de la sangre en el culto del A.T.
La sangre es sagrada, aún la de un animal, y solamente puede ser ofrecida a Dios en un sacrificio (Gén. 9, 5). Si no se sacrifica en un altar, debe ser derramada en el suelo, pero no se puede comer. Además los israelitas, como los demás hombres del pasado, se hacían de Dios una imagen terrible y pensaban que sólo podían estar en paz con ese Dios violento ofreciendo sacrificios y sangre (Heb. 9, 22). Era su manera de entrar en contacto con Dios; por eso los antiguos hacían ritos sangrientos para sellar su alianza con Dios (Ex. 24, 3-8); sacrificios para la expiación de los pecados (Is. 4, 4); ritos pascuales con sangre de corderos para alejar los espíritus exterminadores (Ex. 12, 7-22), etc.
Con el tiempo los israelitas descubrieron que estos sacrificios sangrientos eran una forma de culto muy imperfecto. Y por boca del profeta Isaías, Dios rechazó estos sacrificios: «¿De qué me sirve la multitud de sus sacrificios? No me agrada la sangre de sus vacas, de sus ovejas y machos cabríos» (Is.1, 11). También dice el salmista, hablando con Dios: «Un sacrificio no te gustaría, si ofrezco un holocausto, no lo aceptas» (Salmo 51, 16).
Reflexionando sobre estas leyes de sangre dentro del contexto del A.T. podemos decir que Dios aceptó al pueblo de Israel con sus costumbres y tradiciones, y que Dios educó a su pueblo a partir de su propia cultura. Pero no debemos pensar que las leyes de sangre fueron dictadas por Dios desde el cielo, sino que fueron ela-boradas por los sacerdotes de aquel tiempo que estaban a cargo de la conducta reli-giosa del pueblo de Israel. Las leyes sobre la sangre son solamente una manera de educar e inculcar el sentido de carácter sagrado de la vida. Por muy antiguas, y a veces anticuadas que sean estas leyes, el cristiano de hoy las debe considerar con fe y buscar reflexiones nuevas referentes a lo que Dios nos pide ahora.
¿Qué nos enseña el N.T. acerca de esas leyes de sangre?
En el N.T. no encontramos ninguna referencia acerca de la transfusión de san-gre. Pero hay claras indicaciones a favor de esta práctica.
1. Jesús repitió con el A.T. el profundo respeto por la vida: «No matarás» (Mt. 19,18), pero el Señor criticó duramente la antigua ley de la venganza de sangre inocente: «Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo, diente por diente. Pero Yo les digo: no resistan al hombre malo; al contrario si alguien te pega en un lado de la cara, ofrécele también el otro lado» (Mt. 5, 39). También terminó Jesús con la ley de alimentos prohibidos: «No hay ninguna cosa fuera del hombre que al entrar en él pueda hacerle pecador o impuro» (Mc. 7, 15). Con estas palabras está claro que la prohibición de comer «carne con sangre» no tiene ningún valor para Jesús.
2. Jesús quiso morir derramando su sangre, para mostrar la entrega total de su vida por obediencia al Padre y por amor a sus hermanos (Jn. 3, 16; Rom. 8, 32). Este sacrificio de su vida terminará con todos los sacrificios de animales del A.T., porque el sacrificio de su vida era para el perdón de todos los pecados del mundo y la reconciliación definitiva entre Dios y los hombres (Heb. 9, 26; Heb. 10, 5-7). «Cristo nos ama y nos ha lavado de nuestros pecados con su sangre» (Apoc. 1, 5).
3. En la Ultima Cena Jesús presentó la copa de la acción de gracias (o Eucaristía), diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza que está confirmada por mi sangre, que se derrama por ustedes» (Lc. 22, 20). Y desde ahora en adelante los hombres pueden comulgar con esta sangre de la Nueva Alianza cuando beben el cáliz eucarístico (1 Cor. 10, 16 y 11, 25-28). La sangre de Cristo derramada en la cruz establecerá entre los hombres y el Señor una unión profunda que durará hasta su venida (1 Cor. 10, 16 y 11, 25-28).
4. Jesús, el Buen Pastor, dio su vida por sus ovejas (Jn. 10, 11), así también los discípulos de Jesús han sido llamados a dar su vida por el prójimo: «El amor más grande que uno puede tener es dar su vida por sus amigos» (Jn. 15, 13). El discípulo de Jesús no debe preocuparse excesivamente por su vida y debe ser capaz de arriesgarla por los demás, como nos enseña también el apóstol Pablo: «Les tenemos a ustedes tanto cariño que hubiéramos querido darles no sólo el mensaje de Dios, sino hasta nuestras propias vidas, pues hemos llegado a quererles mucho» (1Tes. 2, 8).
Esto se manifiesta en los misioneros que han muerto por Cristo y en los mártires cristianos de todos los tiempos. ¿Acaso no dijo Jesús: «Quien quiere salvar su vida (su alma) la perderá, pero quien la pierda por causa mía, la hallará para la vida eterna»? (Mt. 16, 25; 10, 39).
Algunas consideraciones finales
1. Las leyes de sangre del A.T. son un reflejo de una cultura primitiva y no fueron dictadas por Dios y sólo tendían a inculcar al pueblo del A.T. el sentido sagrado de la vida. Por tanto las muchas leyes de sangre del A. T. no son doctrina eterna. Recordemos que Cristo vino a perfeccionar la antigua Ley. Ahora sabemos muy bien que el alma humana no se identifica con una cosa material como es la sangre. Propiamente hablando, el alma no habita en un cuerpo con sangre, sino que se expresa en el hombre entero.
Y cuando los Tesigos de Jehová se aferran a las creencias del A.T., ellos olvidan que la ley del A.T. fue perfeccionada por Jesucristo y que muchas costumbres de aquel tiempo no tienen valor en la Nueva Alianza que comenzó con Cristo. Los Testigos de Jehová y muchos otros se quedaron en el A.T. y no aceptan la evolución que está en la Biblia; ellos no interpretan bien toda la Biblia ya que se quedaron en una práctica judía antigua y no siguieron el cumplimiento del N.T. Esto sucede porque interpretan la Biblia en forma literal y parcial, y además arreglaron la Biblia a su manera con traducciones equivocadas y malas interpretaciones. (Ninguna de las Iglesias Cristianas acepta la Biblia arreglada por los Testigos de Jehová).
2. En Jesucristo fue superada la Antigua Alianza y la ley de Moisés. Los pri-meros cristianos muy pronto terminaron con muchas prácticas del A.T., como por ejemplo, la observación del día sábado, etc. y entre estas cosas el N.T. abolió también las leyes de sangre. Es verdad que entre los primeros cristianos de origen judío persistía al comienzo la ley de sangre, y algunas comunidades cristianas judías fue-ron injustamente obligadas a observar esta práctica (Hech.15, 29). Pero esta observancia se hizo solamente por un breve tiempo para no escandalizar a los de conciencia débil. Pronto fue superado este problema y las iglesias siguieron el consejo de Jesucristo: «No hay nada de fuera que ensucie el alma» (Mc. 7,15).
Finalmente el Apóstol Pablo escribe en forma muy tajante a los colosenses: «Que nadie les venga a molestar por cuestiones de comida o bebida» (Col.2,16). «Todos los alimentos son buenos y todas las cosas les servirán de alimento» (1 Tim. 4,3-6).
3. Dios es el Dios de la vida. «Dios no se complace en la muerte de nadie» (Ez.18, 32). «No creó al hombre para dejarlo morir, sino para que viviera» (Sab. 1, 13; 2, 23). Para Jesús la vida era cosa preciosa, y «salvar una vida» prevalecía sobre la ley del sábado (Mc. 3, 4), porque «Dios no es un Dios de muertos sino de vivos» (Mc. 12, 27). El mismo sanó y devolvió la vida como si no pudiera tolerar la presencia de la muerte. «Si hubieras estado aquí, mi hermano Lázaro no hubiese muerto», le dijo Marta a Jesús (Jn.11, 21). Jesús, Dios-hombre, dijo que El es la vida, y ha venido a servir, y murió como rescate para provecho de la multitud (Mc. 10,45).
4. Seamos seguidores de Cristo. A ejemplo de Cristo, podemos dar nuestra vida por amor al prójimo. «Nadie tiene más amor que el que da su vida por sus amigos» (Jn. 15, 13). Por supuesto que nuestra vida está en la mano de Dios. Pero si Dios nos ha dado inteligencia y voluntad, y con ellas podemos salvar la vida de otros, entonces esto es la voluntad de Dios.
Todo lo que el hombre realiza en la medicina moderna para respetar la vida y sanar a los enfermos es voluntad de Dios. Y sería un pecado gravísimo dejar morir a una persona que, con buenos remedios y con una transfusión de sangre, puede ser sanada. En este sentido «dar sangre» para hacer una transfusión no es ningún atentado contra Dios, sino que puede llegar a ser un acto heroico de caridad. Por supuesto, que hay que atenerse a la reglamentación necesaria en cuanto a higiene y desinfección, porque en asunto tan delicado hay que evitar todo posible contagio de SIDA y otras enfermedades.
Frente a la transfusión de sangre, entonces, hay una sola palabra: «Conocemos el amor con que Jesucristo dio su vida por nosotros; así también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos». Y eso mismo vale para la donación de órganos. Es muy humano y cristiano solidarizar con un enfermo hasta el punto de ceder los propios órganos para ser trasplantados a otras personas que carecen de ellos.
Ello se puede hacer tanto en vida como después de la muerte. Y a diario vemos padres que donan ojos o riñones para sus hijos, ¡qué ejemplo de caridad! Estos son gestos que hay que recomendar, ya que tanto con la donación de sangre como con la donación de órganos podemos salvar una vida.
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