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Por: Richbell Meléndez

 

Quizás muchos no comprendan el título de este artículo, por eso procedo a explicarlo, como muchas veces he explicado el término "apócrifo" a lo largo de la historia del cristianismo, se le han dado diversos usos dependiendo el contexto en que este se use.

 

Por eso podemos ver que hay escritores cristianos que se refieren como "apócrifos" a aquellas obras que contenían herejías y nunca llegaron a formar parte de las listas conciliares sobre el canon bíblico, como es el caso de los "evangelios apócrifos".

 

Aunque también el término "apócrifo" se utilizó para referirse a aquellos escritos que se tuvieron en discusión durante mucho tiempo, pero que si aparecen en las listas conciliares sobre el canon bíblico desde Roma (382) hasta Trento (1546), estos libros también fueron llamados "eclesiásticos" o "antilegomena" antes de conocerlos con el término "Deuterocanónico".

 

Lo dicho anteriormente muchas veces es ignorado por los apologistas protestantes, los cuales cometen el error de generalizar el término "apócrifo" a la categoría de los "evangelios apócrifos" para considerar todo escrito apócrifo como no inspirado y de esta manera concluyen: si los deuterocanónicos son llamados apócrifos es porque no fueron inspirados ni considerados Sagrada Escritura.

 

Este error se lo he hecho saber a muchos protestantes con los que he tratado este tema, pero aún siguen sin entender y se empeñan en defender su razonamiento errado.

 

Pero ahora quiero dar una evidencia más de que no por llamar a un libro "apócrifo" inmediatamente se está considerando que no es "Escritura Sagrada" o que no es inspirado por Dios.

 

De hecho, gracias a las investigaciones históricas que se han realizado, se ha descubierto que contrario a lo que los protestantes modernos creen normalmente, el protestantismo en su mayoría desde sus inicios no rechazaba los deuterocanónicos aunque le llamaran apócrifos. Solo lo hacía una minoría.

 

Esto se deduce del hecho de que las primeras biblias protestantes contenían los libros deuterocanónicos, así mismo en ellas encontramos referencias paralelas entre los protocanónicos y los deuterocanónicos.

 

Pero aún más tenemos el testimonio de John Whitgift un arzobispo anglicano (protestante) del siglo XVI quien defendió la inclusión de los libros deuterocanónicos a los cuales consideraba Escritura Sagrada, de aquellos presbiterianos que querían eliminarlos de la Biblia King James. Estas fueron las palabras de John Whitgift:

 

“Las Escrituras, aquí llamadas apócrifas, abusiva e indebidamente, son escritos sagrados, libres de error, parte de la Biblia”. (John Strype, The Life and Acts of John Whitgift, D.D. (Oxford: Clarendon Press, 1822), 137.)

 

Podemos ver un claro testimonio donde un protestante inglés del siglo XVI defiende los libros deuterocanónicos aunque los llama "apócrifos" podemos decir que hasta piensa que el término es abusivo e indebido, dado que estos escritos son escritos sagrados, libres de error y parte de la biblia.

 

Lo anterior solo sigue confirmando lo que los apologetas católicos desde hace dos siglos venimos explicando a los protestantes, quienes decidieron mutilar su biblia, por lo que ahora muchos protestantes modernos creen que su biblia de 66 libros es la "biblia completa" cuando en realidad es una biblia incompleta en palabra de los eruditos.

 

La Biblia completa es la que incluye los libros deuterocanónicos, porque siempre han sido reconocidos por el Cristianismo como Escritura Sagrada y parte del canon bíblico.

 

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Por: Richbell Meléndez

Esta es una oración que se atribuye a Egberto de York (766 dC). Arzobispo de York, Inglaterra, la cual se encuentra en la obra “Pontificale”, o serie de oficios especiales para uso de un obispo, que según nos cuenta la Enciclopedia Católica, "es una compilación del siglo IX por los francos"

La oración se encuentra en una sección de la obra donde se enseña el "rito para la ordenación de un obispo" bajo el título de "por la ordenación de un Sumo Pontífice"

"... a este tu siervo, a quien has dado como obispo de la Sede Apostólica y primado de todos los sacerdotes del mundo, y doctor de tu Iglesia universal, y elegido para el ministerio del sumo sacerdocio, concédele esta gracia; concédele la cátedra pontificia, para que gobierne a tu Iglesia y a todo el pueblo..."

Ed. W. Greenwell. El Pontifical de Egberto, Arzobispo
de York, 732-766 d.C., Surtees Society Vol. XXVII, Londres
1853, p. 4

Independientemente, si la oración la escribió o no, Egberto de York su antigüedad no es posterior al siglo X, es decir, antes del cisma de oriente (Siglo XI), cuando los ortodoxos se separaron de la comunión plena con la Iglesia de Roma y el Papa. Lo cual significa que esta oración es un testimonio importante que confirma la existencia de un ministerio del Papado anterior al cisma.

Invito a todos a que realicemos esta oración para pedir también por el Ministerio del Papado que ahora ejerce nuestro Papa Francisco para que el Señor le conceda las gracias necesarias para que gobierne la Iglesia y a todo el pueblo de Dios.

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Richbell Meléndez. Laico católico dedicado tiempo completo al apostolado de la Apologética y subdirector de la Escuela de Apologética Online DASM.

 

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Por: Francesc Gómez Morales

 

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Apasionado de la matemática y consejero de tres papas, Nicolás de Cusa hacía ciencia copernicana 150 años antes que Galileo y Copérnico.

 

Uno de los tópicos en historia de la ciencia es pensar que se pasa del “oscurantismo” medieval al nacimiento de la ciencia moderna de manera súbita. De la noche a la mañana surge un grupo de hombres extraordinarios que deciden darle la vuelta a nuestra manera de ver el mundo: Galileo, Kepler, Descartes… Es cierto que sus aportaciones supusieron una “revolución” pero no es menos cierto que cada uno de ellos (como todo hombre de ciencia) debe gran parte del éxito de su trabajo a sus predecesores.

 

Un “eslabón perdido” con nombre y apellidos

 

Existe por tanto una transición real, y no un salto abrupto, entre la manera de hacer ciencia de la Edad Media y las revoluciones de la Edad Moderna. Si tuviéramos que darle nombre y apellidos a nuestro “eslabón perdido” sin duda elegiríamos a Nikolaus Krebs, más conocido por Nicolás de Cusa. Iserloh lo describe de manera muy plástica: “está en el otoño de la Edad Media, pero también en la primavera de los tiempos modernos”.

 

Nació en 1401 en la ciudad alemana de Krebs (Cusa en latín). A los dieciséis años recibió la tonsura clerical y viajó por Europa estudiando gramática y filosofía, para obtener finalmente el doctorado en Derecho Canónico en Padua a la edad de 22 años. Paralelamente había nacido en él la pasión por las matemáticas y las ciencias naturales.

 

Una anécdota de su insaciable curiosidad científica la encontramos en su estancia en Colonia. Visitando la biblioteca de la cartuja encontró el Liber contemplationis de Ramón Llull, una de las figuras más eximias del medioevo hispano. No dejó escapar la oportunidad: se interesó por la obra y tomó diversas anotaciones.

 

Precursor del “giro copernicano”

 

Nicolás de Cusa mantuvo que la Tierra no era el centro del mundo y, basándose en la observación de los eclipses, que ésta era menor que el Sol y mayor que la Luna. También afirmó que el Sol, la Tierra y los demás cuerpos celestes se encuentran en movimiento y difieren en sus velocidades. También propuso la rotación terrestre como explicación al ciclo de los días. Por todo ello se le puede considerar con justicia un precursor de Copérnico. Sus intuiciones e ideas influyeron no sólo en éste sino en figuras tan ilustres como Kepler, Leonardo da Vinci y Giordano Bruno.

 

Un “argumento de autoridad” para Descartes

 

El libro más famoso de Nicolás de Cusa es “De docta ignorantia” (expresión prestada de san Agustín y san Buenaventura). En él expone una epistemología y una teología muy diferente de la tradicional. Llega a afirmar que el mundo es una imagen de Dios y su Trinidad. Partiendo de esta base postula la infinitud del espacio. Cuando más tarde Descartes proponga un espacio-tiempo infinito acudirá a Nicolás como argumento de autoridad para respaldar sus tesis.

 

Nuestro hombre no dudaba en “flirtear” con el concepto de infinito, imprescindible para las matemáticas contemporáneas. De hecho fue el primero que presentó el círculo como un polígono de lados infinitos (tal como se explica hoy día).

 

Adelantado a Galileo en la crítica a la escolástica

 

En uno de sus libros Nicolás de Cusa reprocha a la Filosofía de la Naturaleza escolástica (embrión de la Física actual) su incapacidad para medir (mensurare). Afirma que todo conocimiento científico debe estar fundamentado en la medición, otorgando a la geometría un papel protagonista en la ciencia.

 

La escolástica había recogido de Aristóteles una manera de hacer ciencia muy especulativa y poco experimental, en la que se recurría frecuentemente a la autoridad de los clásicos.

 

Nicolás de Cusa proponía recurrir a la “autoridad de las mediciones”. Por ello se esforzó por mejorar aparatos de medida (el reloj, la balanza) e inventó otros como el batómetro, que sirve para evaluar rápidamente la profundidad de ríos y lagos.

 

Muchas de sus sugerencias fueron realizadas en tiempos de Galileo, casi 150 años después. Nicolás de Cusa y Galileo compartieron la misma crítica a la manera de la escolástica de enfocar la filosofía de la naturaleza y abrieron el camino a la ciencia experimental, si bien es Galileo quien normalmente se lleva todo el mérito.

 

Y todo ello sin dejar de ser un gran hombre de Iglesia

 

Nicolás de Cusa fue obispo y cardenal y un hombre de confianza para los papas Nicolás V, Eugenio IV y Pío II. Fue nombrado legado pontificio y se le encomendó una misión muy ecuménica: lograr la unión con los griegos. Otro encargo de la Santa Sede fue lograr la firma de un concordato con el Imperio Austro-Húngaro, empresa que culminó con éxito. Fue Obispo de Brixen (Alemania) y tuvo que sufrir durante todo su mandato la oposición feroz de los poderes políticos. De hecho, acabó sus días en el exilio.

 

La vida de Nicolás es una prueba “empírica” de que la entrega y el servicio abnegado y constante a Cristo y a su Iglesia no sólo no es un impedimento para el desarrollo de la ciencia, sino que constituye una guía y estímulo para ésta.

 

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Richbell Meléndez. Laico católico dedicado tiempo completo al apostolado de la Apologética y subdirector de la Escuela de Apologética Online DASM.

 

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