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Brown-Scapular-Our-Lady-of-FatimaEstamos en Octubre, conocido también como el Mes del Santo Rosario, mes «fatimista» por excelencia.

«Guías ciegos», había manifestado Sor Lucía en la década de los 1970, refiriéndose a quienes empujan a los fieles a los caminos de la apostasía y de la herejía, ya que muchos apostatan de la Verdadera Fe porque siguen el mal ejemplo de religiosos, sacerdotes y aún obispos ciegos que enseñan doctrinas falsas, con las que escandalizan al Pueblo de Dios. Falsos maestros que se alejan de la sana doctrina y ahogan la fe de los más sencillos.

También muchos caen en apostasía por ignorancia, por una carencia de formación doctrinal, fundamento de la fe. También hay quienes que, habiendo recibido los fundamentos de la fe, no tomaron las debidas precauciones para salvaguardarla de las doctrinas falsas.

 

La ceguera es una de las enfermedades más comunes en la actualidad. La ceguera espiritual posee a muchos cristianos que viven permanentemente en estado de pecado, expuestos a una condenación eterna fulminante, pero que sin embargo no se percatan del peligro que corren.

Una expresión muy empleada en la Biblia es «ceguera del espíritu». Significa algo muy importante, porque es la negación de una realidad valiosa. El ciego puede tener delante de sus ojos todas las maravillas de la Creación que los otros admiran, pero nada ve, puede sentir la respiración de la persona que ama, pero cuyo rostro y sus facciones no puede ver.

 

La ceguera del espíritu no tiene relación con los ojos corporales, pero sirve la comparación para entender la desgracia de esta ceguera espiritual.

«La pereza espiritual conduce al disgusto de las cosas espirituales y del trabajo en la santificación, en razón del esfuerzo que exige y engendra la malicia, el rencor o amargura hacia el prójimo, la pusilanimidad ante el deber, el desaliento, la ceguera espiritual, el olvido de los preceptos, el buscar cosas prohibidas. Asimismo la envidia o desagrado voluntario del bien ajeno, como si fuese un mal para nosotros, engendra el odio, la maledicencia, la calumnia, la alegría del mal ajeno y la tristeza por sus triunfos» (P. Reginald Garrigou-Lagrange, OP, Las tres edades de la vida interior).

La malicia y la corrupción del corazón debilitan y oscurecen los ojos del alma.

Es la actitud de los jefes de Israel que condenan a Jesús aun admitiendo que no hizo nada en contra de la Ley.

Ceguera espiritual es la de los sacerdotes y ministros del Templo, que por envidia o por odio a Jesús incitan al pueblo a que lo condene públicamente.

San Agustín refiriéndose al evangelio de la curación del ciego de nacimiento comenta:

 

«no veían que tal hombre, futuro juez de vivos y muertos, había venido ya para un juicio. ¿Para qué? Para que vean los que no ven, para que sean iluminados los que confiesan su ceguera; y los que ven, queden ciegos, esto es, para que a los que no confiesan su ceguedad, se les aumente la oscuridad. ¡Y cómo se cumplió esto! Para que los que ven, queden ciegos; porque fueron los defensores de la ley, los expositores de la ley, los doctores de la ley, los conocedores a fondo de la ley, quienes crucificaron al autor de la ley».

Ceguera espiritual es la postura del pueblo mismo de Israel, que a los cinco días de haber recibido a Jesús con la solemnidad y el entusiasmo que a un rey, le condena sin que ninguno supiera el por qué.

Ceguera espiritual es el desprecio de los sacramentos que podrían enriquecer fabulosamente su alma para la eternidad, pero que ellos no los reciben.

Ceguera espiritual es la situación de quienes fomentan en sí mismos la antipatía, el odio, el espíritu de venganza alejándose de ese Jesús que perdonó hasta sus propios enemigos.

Ceguera espiritual es dedicarse a cuidar un cuerpo que se ha de corromper en el sepulcro y olvidar el exquisito cultivo de un alma que podría brillar en la eternidad.

Ceguera espiritual es dejar pasar el tiempo sin obras buenas que merezcan tesoros permanentes en la eternidad.

 

Una de las más agudas condenas de Jesús a los fariseos es que son ciegos para su propia vida y ciegos en la conducción de la gente de buena fe que acude a ellos en demanda de orientación: «¡Ay de ustedes ciegos!».

«¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? Un discípulo no es más que su maestro, si bien cuando termine su aprendizaje será como su maestro» (Lc 6,39-40).

«Por más que se advierta, que se clame, que se haga un gran ruido, el alma está en una especie de letargo espiritual. La sordera acompaña a la ceguera; aunque los truenos crujan, aunque caiga un rayo a los pies, como no se perciben los relámpagos, aun cuando oiga algún tanto el ruido, siempre cree que el trueno suena distante de ella. De aquí procede una insensibilidad funesta, que se convierte muy pronto en un terrible endurecimiento. Entonces las verdades más espantosas de la religión, las amenazas más terribles, los más horribles accidentes no mueven» (J. Croisset, sj, Año Cristiano, Tomo XIV).

La consecuencia de la ceguera espiritual quedó señalada en la profecía de Jeremías (7, 23-24), en la que Dios habla así:

«Lo que les mandé fue esto otro: Escuchad mi voz y yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo, e iréis por donde yo os mande, para que os vaya bien. Más ellos no escucharon ni aplicaron oído, sino que se guiaron por la pertinencia de su mal corazón, volviéndose de espaldas, que no de cara».

 

Es espantosa esta ceguera porque el alma no se da cuenta de las hermosas oportunidades que pasan continuamente ante sus ojos y no las aprovecha, ni se enriquece con ellas, y pasa el tiempo hasta que la muerte les arranca las telarañas de su espíritu para que depuesta la ceguera vean la realidad tal como es, pero ya cuando es tarde para contemplar nada ni cambiar nada en su conducta.

por German Mazuelo

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