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Lucifer quiso destronar a Dios después de haber sido creado para ser uno de los más perfectos ángeles. Fue separado de la presencia de Dios, y desde entonces sigue maquinando para convertirse en el dios de la tierra. Ha estado buscando esta gloria desde la creación del hombre, lo sigue intentando con más intensidad en nuestra época.
El Pueblo Escogido de la Antigua Alianza, tuvo un gran problema con la idolatría, cayó en ella, y aunque se arrepentía volvía a caer una y otra vez.
«En estos últimos siglos (el enemigo) trató de realizar la disgregación intelectual, moral y social de la unidad del organismo misterioso de Cristo. Quiso la naturaleza sin la gracia; la razón sin la fe; la libertad sin la autoridad; a veces, la autoridad sin la libertad. Es un "enemigo" que se volvió cada vez más concreto, con una ausencia de escrúpulos que todavía sorprende» (Pío XII, 12-10-1952).
Una de esas demoníacas trampas consiste en hacernos creer que «todas las religiones son buenas». La promesa del Tentador de ser como dioses (Génesis 3, 5), se reinventa una y otra vez, en una metamorfosis de múltiples cabezas de cultos a los modernos Baal yAstarté. La Sagrada Escritura nos pone de aviso que esa forma pagana de vivir es incompatible con el Dios Verdadero (cf. Éxodo34,13; Sirácides 48,1; 1 Reyes 18, 21), y la Carta a los Hebreos nos advierte que habrán tiempos en los que la verdadera doctrina será rechazada, despreciada, y los que la sigan perseguidos (cf. 13, 9).
Generalmente el indiferentismo se expresa en las siguientes afirmaciones: «No importa qué religión tenga uno, todas tienen igual valor. Uno puede salvarse en cualquiera de ellas. Ninguna religión posee la verdad total. Lo que vale frente a Dios es la sinceridad».
El indiferentismo religioso fue condenado rotunda y claramente por el Magisterio de la Iglesia, como
"aquella perversa teoría extendida por doquier (...) que enseña que puede conseguirse la vida eterna en cualquier religión, con tal que haya rectitud y honradez en las costumbres" (Papa Gregorio XVI, encíclica Mirari Vos, nº 9).«De esa cenagosa fuente del indiferentismo mana aquella absurda y errónea sentencia o, mejor dicho, locura, que afirma y defiende a toda costa y para todos, la libertad de conciencia. Este pestilente error se abre paso, escudado en la inmoderada libertad de opiniones que, para ruina de la sociedad religiosa y de la civil, se extiende cada día más por todas partes, llegando la impudencia de algunos a asegurar que de ella se sigue gran provecho para la causa de la religión. ¡Y qué peor muerte para el alma que la libertad del error! decía San Agustín» (ibíd. nº 10).
¿Todas las religiones son iguales? ¿En qué son iguales? Por supuesto que no son iguales en su origen, ni en su organización, doctrina o culto,
«y si se pregunta cuál es la religión que hay que seguir entre tantas religiones opuestas entre sí, la respuesta la dan al unísono la razón y la naturaleza: la religión que Dios ha mandado, y que es fácilmente reconocible por medio de ciertas notas exteriores con las que la divina Providencia ha querido distinguirla» (Papa León XIII,encíclica Libertas praestantissimum, nº 15).
En la Iglesia de Jesucristo está la verdad completa y la gracia abundante, y por lo tanto la mayor facilidad y probabilidad de salvarse: «Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Tim, 2, 4), y no es posible que existan varias religiones auténticamente reveladas por Dios, y todo hombre tiene el deber de no contentarse con «algún conocimiento de la verdad», sino que ha de tratar de adquirir «el conocimiento cabal de la verdad», luego, ¿puede uno salvarse en cualquier religión? En cualquier religión sí, pero por cualquier religión no. Los miembros de una religión falsa, que viven inconscientes de su error, se salvarán a lo más por medio de los parciales elementos de verdad que habrá en aquella religión.
«Quién sin culpa, es decir, de buena fe, se hallase fuera de la Iglesia y hubiese recibido el bautismo o, a lo menos, tuviese el deseo implícito de recibirlo y buscase, además, sinceramente la verdad y cumpliese la voluntad de Dios lo mejor que pudiese, este tal, aunque separado del cuerpo de la Iglesia, estaría unido al alma de ella y, por consiguiente, en camino de salvación» (San Pío X, Catecismo Mayor, nº 172).
El Papa Pío XI definió como «ignominiosa» la colocación de la religión verdadera de Jesucristo «en el mismo nivel de las falsas religiones» (Pío XI ,encíclica Quas Primas).
Santo Tomás en la Summa Theologiae afrontando el significado del término religio escribe:
«A la religión corresponde luego el cometido de rendir reverencia al único Dios, según la razón única, en cuanto es claramente el primer principio de la creación y del gobierno de las cosas».
Hay que asumir el concepto de religión íntegro, es decir, el conjunto de sus tres elementos constitutivos: dogma (Credo), moral(Decálogo) y culto (Liturgia). La verdad íntegra, en cuanto al Credo, el Decálogo y la Liturgia, está realmente en la Iglesia fundada por Cristo, y sólo en ella. Esta verdad íntegra se llama «Depósito de la Fe» (2 Tim 1, 14).
También el Concilio Vaticano II,
«vino a recordar que nadie puede poner en duda un dogma de fe, ni siquiera con la intención de aproximarse a los no católicos. Los católicos no tienen poder sobre la fe recibida, sino que ésta es un depósito que deben custodiar y transmitir con fidelidad. Por eso deben respetar en todo momento las fórmulas definidas por el Magisterio de la Iglesia» (José Antonio Fuentes, 39 cuestiones doctrinales).
No se mide el valor de una religión solamente por la sinceridad de su iniciador o de sus prosélitos. Se puede ser sincero en el error, basta una información mala e insuficiente.
El Pueblo Escogido en su momento, adoró becerros de oro, hoy Satanás busca desviar hacia él, la debida adoración a Dios de una forma sumamente refinada y diabólicamente manipulada.
Una Nueva Apologetica - Martin Zavala |
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