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10 de febrero de 2022 - 4:22 PM

 

POR DAVID RAMOS | ACI Prensa

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El P. Juan Antonio Moya Sánchez, canónigo de la Catedral de la Encarnación de Almería (España) y doctor en Psicología, hizo una profunda reflexión sobre el drama del suicidio, “una grave alteración interna de la persona, ya que se procede contra el impulso más primario que es el instinto de supervivencia”.

 

En su artículo titulado “Frente al suicidio, Dios”, el P. Moya Sánchez precisó que el suicidio es una realidad muy compleja que, “por más que en ocasiones quiera presentarse como un acto voluntario, tendremos que admitir que responde a una grave alteración interna de la persona”.

 

En las últimas semanas el suicidio de Cheslie Kryst, ex Miss Estados Unidos, conmocionó al mundo. A sus 30 años, Kryst había seguido una exitosa carrera en el modelaje y en los medios de comunicación.

 

En 2019 quedó entre las 10 mujeres más bellas del mundo en el certamen de Miss Universo.

 

En la última publicación que hizo en su cuenta de Instagram, antes de acabar con su vida, Kryst escribió: “Que este día te traiga descanso y paz”.

 

La mañana del 30 de enero, la joven saltó del rascacielos en el que vivía en Manhattan, Nueva York (Estados Unidos). Su madre, April Simpkins, indicó luego que su hija sufría una “depresión de alta funcionalidad que escondió de todos”.

 

El P. Juan Antonio Moya Sánchez explicó que “en la psicología clínica se presta atención a los distintos tipos de trastornos y el riesgo de suicidio que conlleva cada uno de ellos, desde la adicción a determinadas drogas hasta los perfiles de personalidad mórbidos”.

 

“Incluso la forma elegida para morir varía sustancialmente de un trastorno a otro”, dijo.

 

El sacerdote y doctor en Psicología precisó que “no es, pues, la depresión, la única patología que puede poner en peligro la vida misma del paciente”.

 

“De hecho, los pensamientos suicidas no llegan a hacerse presentes en algunos casos de depresiones, aunque hay una estrecha relación con ella, dado que el 50 % de los suicidas padecía depresión”.

 

En los casos en los que “hay una alteración importante del estado de ánimo”, dijo, es importante “evaluar el grado de desesperanza en el sujeto”.

 

“Entre los instrumentos de medida con los que contamos los profesionales de la salud mental, la escala de desesperanza es la que predice con mayor fiabilidad el riesgo de suicidio”, indicó.

 

Ante esto, el P. Moya Sánchez destacó que estudios “han puesto de manifiesto el papel positivo que juega la religión en el descenso estadístico de los casos, encontrándose los católicos, judíos y musulmanes significativamente por debajo de la media”.

 

“De aquí podemos extraer dos conclusiones: primera, que haber encontrado un sentido trascendente a la existencia, junto a la convicción de que Dios es el único que puede disponer de la vida humana, tiene un enorme poder disuasorio”, indicó.

 

Sin embargo, precisó, “aun contando con un soporte religioso contra el vacío existencial, nadie está libre de padecer un fuerte desequilibrio interno que le haga caer en un estado de desesperanza, e incluso de desesperación extrema”.

 

Tras subrayar que “el riesgo de suicidio afecta al 1 % de la población general y al 10 % de la población con problemas de salud mental”, el sacerdote y doctor en Psicología advirtió que “el suicidio es la cuarta causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 19 años”.

 

Ante este panorama, el P. Moya Sánchez indicó que “la progresiva pérdida de lazos humanos en la sociedad actual y la desestructuración familiar, convierten a la persona, por falta de apoyos sociales, en un ser todavía más vulnerable”.

 

“Si a esto le sumamos el enaltecimiento del bienestar como el principal objetivo de una cultura hedonista, y, en consecuencia, la satisfacción de los apetitos como necesidad imperiosa, estamos reuniendo todos los ingredientes para que, al presentarse una circunstancia angustiosa, la baja tolerancia a la frustración, haga que la vida sea percibida como algo insoportable”, dijo.

 

Para el sacerdote español, entre las “medidas muy eficaces frente al fatalismo de desearse la muerte” se encuentra “potenciar las interacciones humanas de calidad, contar con una profunda vida espiritual, evitar expectativas irreales”.

 

Además, destacó la importancia de cultivar “la reciedumbre y la fortaleza, asumiendo las renuncias y los sacrificios, aceptando el sufrimiento que sea inevitable, como parte consustancial a la existencia humana y estableciendo hábitos saludables que ayuden a mantener cierto aliciente”.

 

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Richbell Meléndez. Laico católico dedicado a tiempo completo a la apologética al servicio de Dios y subdirector de la Escuela de Apologética Online DASM.

 

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Por: José Miguel Arráiz


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Si alguna vez se han encontrado con alguien que les ha dicho que el bautismo en nombre de la Santísima Trinidad es inválido, y que la forma correcta de hacerlo es en el nombre de Jesús solamente, se han encontrado con alguien de tendencia unitaria (Iglesia Pentecostal Unida, Iglesia Pentecostal del Nombre de Jesús, etc., y son conocidos coloquialmente dentro del mundo protestante como los “Sólo Jesús”). Esta denominación protestante ha adoptado una herejía antigua (modalismo) en sus distintas personificaciones (sabelianismo, unitarismo) en la cual se cree que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son la misma persona divina que se manifiesta de formas distintas.

 

En esta entrega me limitaré a analizar sus objeciones respecto a la fórmula bautismal y la problemática bíblica, patrística e histórica relacionada.

Forma de bautizar según la Biblia

 

Los textos bíblicos en donde se habla del bautismo son los siguientes:

 

“Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mateo 28,19)

 

“Pedro les contestó: «Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2,38)

 

“Y mandó que fueran bautizados en el nombre de Jesucristo. Entonces le pidieron que se quedase algunos días.” (Hechos 10,48)

 

“pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús.” (Hechos 8,16)

 

“Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús.” (Hechos 19,5)

 

Como puede observarse en el primer texto (Mateo 28,19) vemos a Jesús mismo ordenar a sus discípulos bautizar en nombre de la Santísima Trinidad: en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, pero en otros textos del libro de los Hechos de los Apóstoles se dice que los discípulos bautizaban “en nombre del Señor Jesús”.

 

Dejaré hasta aquí las citas bíblicas, porque aunque los partidarios del unitarismo citan de manera abundantísima otros textos para intentar apoyar su tesis (Mateo 1,21; 12,21; Lucas 24,47; Juan 1,12; 20,31; Hechos 4,12; 8:12.16; 10:43; 15,17; 22:16; 1 Corintios 1:13) estos son realmente irrelevantes, pues analizados en su contexto se puede ver que no se refieren a la fórmula bautismal sino a la importancia del nombre de Jesús en la evangelización.

 

Ahora bien, resolver el problema es algo más complejo que simplemente sumar los textos de uno y otro sentido e irse por la mayoría, cosa que valdrá para algunos pero no para nosotros. Es natural sin embargo preguntarse si realmente hay una contradicción en esos textos o cuál es la fórmula correcta. Ante esta aparente contradicción se han intentado varias soluciones, a saber:

 

SOLUCION 1: Mateo 28,19 es una interpolación en el texto bíblico

 

Esta solución sería la más simple para los unitarios, y consistiría en alegar que las palabras “Bautícenlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” que encontramos actualmente en el evangelio de Mateo no son parte del texto original, sino una corrupción tardía insertada por alguna mano “piadosa” en busca de apoyo a la doctrina de la Trinidad. De ser así bastaría con tachar de todas las Biblias las palabras de Jesús en el citado texto y problema resuelto (por lo menos para ellos).

 

Quienes han intentado recorrer este camino buscan apoyo en los escritos de Eusebio de Cesárea, notable historiador de la Iglesia del siglo IV, notando que antes del Concilio de Nicea (año 325) citaba Mateo 28,19 escribiendo “Haced discípulos a todas las gentes, bautizándolos en mi nombre” y posteriormente comenzó a citar el texto como lo conocemos hoy. Esta sería para ellos la “prueba” de que el texto fue interpolado, pero más que demostrar algo ya sabido, que en la antigüedad se solía citar la Escritura de forma no textual, pesa muy poco con respecto a la evidencia documental ya que la totalidad de manuscritos bíblicos existentes (incluyendo los más antiguos) se lee la fórmula completa: “…bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.

 

Evidencia patrística

 

Además de esto está el hecho de los escritores cristianos primitivos más antiguos y muy anteriores a Eusebio también citaron Mateo 28,19 y lo hicieron utilizando la formula Trinitaria. Podríamos mencionar entre ellos:

 

La Didaché (años 65-80 d.C.)

“Acerca del bautismo, bautizad de esta manera: Dichas con anterioridad todas estas cosas, bautizad en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo en agua viva [corriente]. Si no tienes agua viva, bautiza con otra agua; si no puedes hacerlo con agua fría, hazlo con caliente. Si no tuvieres una ni otra, derrama agua en la cabeza tres veces en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Antes del bautismo, ayunen el bautizante y el bautizando y algunos otros que puedan. Al bautizando, empero, le mandarás ayunar uno o dos días antes.”[1]

 

San Justino Martir (años 100 – 168 d.C.)

“Luego los conducimos a sitio donde hay agua, y por el mismo modo de regeneración con que nosotros fuimos también regenerados son regenerados ellos, pues entonces toman en el agua el baño en el nombre de Dios, Padre y Soberano del universo, y de nuestro Salvador Jesucristo y del Espíritu Santo. Y es así que Cristo dijo: Si no volvieres a nacer, no entrareis en el reino de los cielos.”[2]

 

San Ireneo de Lyon (años 130 – 202 d.C.)

 

En su tratado contra las herejías escribió:

“Y así mismo, al dar a sus discípulos el poder de regenerar para Dios les decía “«Id y enseñad a todas las gentes, y bautizadlas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”[3]

 

Y en su Epideixis (o Explicación de la doctrina apostólica) escribió:

“Nuestro nuevo nacimiento, el bautismo, se hace con estos tres artículos, que nos conceden la gracia del nuevo nacimiento en Dios Padre, por medio de su Hijo, en el Espíritu Santo”[4]

 

Tertuliano (160 - 220 d.C.)

“Ahora bien, esta ley del bautismo ha sido impuesta, y su forma fue prescrita: «Id - dijo el Señor a los apóstoles- enseñad a todas las naciones, bautizadlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo»”[5]

 

“Esto no quiere decir que es en el agua donde recibimos el Espíritu Santo, sino que, purificados por el agua, somos preparados por el ministerio del ángel a recibir el Espíritu. Aquí todavía la figura precede a la realidad, al igual que Juan fue el precursor del Señor preparando sus caminos, igualmente el Ángel que preside en el bautismo traza los caminos para la venida del Espíritu Santo, borrando los pecados por la fe en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Porque si toda palabra de Dios se apoya en tres testigos, con mucha mayor razón su don. En virtud de la bendición bautismal tenemos como testigos de la fe a los mismos que son garantes de la salvación. Y esta trilogía de nombres divinos es más que suficiente para fundar nuestra esperanza. Y puesto que el testimonio de la fe y la garantía de la salvación tienen como fundamento las Tres Personas, necesariamente la mención de la Iglesia se encuentra incluida. Porque allí donde se encuentran los Tres: Padre, Hijo y Espíritu Santo, allí se encuentra la Iglesia que es el cuerpo de los Tres”[6]

 

Orígenes (185 - 254 d.C.)

“Así también el bautismo de agua, es símbolo de purificación del alma, que lava toda mancha de pecado, sin que por eso deje de ser principio y fuente de los dones divinos para aquél que se entrega a sí mismo al poder divino de las invocaciones de la Trinidad adorable”[7]

 

Tomando todo esto en cuenta, esta primera solución no resulta satisfactoria, pues tendrían que haber sido todos esos textos también interpolados, lo cual ni resulta creíble ni hay evidencia que lo sustente.

 

SOLUCION 2: En un comienzo sí se llegó a usar esa forma de bautizar de forma alternativa y era considerada válida siempre y cuando se profesara con fe Trinitaria.

 

A favor de esta solución han estado a favor algunos padres de la Iglesia e inclusive alguno que otro concilio local. Un antiguo autor que escribe contra San Cipriano sobre la reiteración del bautismo, sostiene que los que se han bautizado fuera de la Iglesia en el nombre de Jesucristo, no deben recibir nuevo bautismo, sino sólo la imposición de manos para que reciban el Espíritu Santo, y agrega que la fórmula en nombre de la Trinidad no es contraria a aquella donde sólo se bautiza en nombre de Jesús, porque aunque el uso común de la Iglesia sea el primero, la invocación del nombre de Jesús no debía pasar por inútil. Este escritor parece suponer que había algunos herejes que bautizaban en el nombre de Jesús solamente, y no quería que los hicieran rebautizar por el uso de esta fórmula incompleta[8].

 

De la misma opinión fue San Ambrosio[9], quien sostenía que aunque el bautismo íntegro y perfecto era aquel en el que se confesaba toda la Trinidad, el bautismo en nombre de Jesús era válido mientras no se negase ninguna de las divinas Personas y se confesase de corazón toda la Trinidad.

 

El Concilio de Frejus (año 791) se adhirió también esta opinión después de haberse hecho esta objeción: “¿Por qué Jesucristo manda bautizar en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, y los apóstoles solo mandan que se bautice en el nombre del Hijo? ¿Por ventura la verdad enseña una cosa, y los discípulos de la verdad otra? Dios nos preserve de tener semejante pensamiento. Mas los apóstoles supieron por revelación del Espíritu Santo, que el misterio de la Santísima Trinidad, que el Salvador les había descubierto en tres Personas, estaba también comprendido bajo el nombre de una sola…De este modo, los apóstoles nos dan a entender toda la Trinidad bajo el nombre de solo Jesucristo”.

 

El Papa Nicolas I (años 858-867) siguiendo a San Ambrosio llegó a confirmar este punto de vista al sostener que los herejes que se habían bautizado en nombre de la Trinidad o incluso solamente en el nombre de Jesús no debían rebautizarse:

 

“Preguntáis si los que han recibido el bautismo de uno que se fingía presbítero, son cristianos o tienen que ser nuevamente, bautizados. Si han sido bautizados en el nombre de la suma e indivisa Trinidad, son ciertamente cristianos y, sea quien fuere el cristiano que los hubiere bautizado, no conviene repetir el bautismo… El malo, administrando lo bueno, a sí mismo y no a los otros se amontona un cúmulo de males, y por esto es cierto que a quienes aquel griego bautizó no les alcanza daño alguno, por aquello: Este es el que bautiza es decir, Cristo; y también: Dios da el crecimiento; se entiende: «y no el hombre».”[10]

 

“Aseguráis que un judío, no sabéis si cristiano o pagano, ha bautizado a muchos en vuestra patria y consultáis qué haya que hacerse con ellos. Ciertamente, si han sido bautizados en el nombre de la santa Trinidad, o sólo en el nombre de Cristo, como leemos en los Hechos de los Apóstoles, pues es una sola y misma cosa, como expone San Ambrosio (De Spiritu Sancto 1, 3, 42 (PL 16, 714)), consta que no han de ser nuevamente bautizados”

 

El Concilio de Nirmes en el 1284 aceptó que el bautismo era válido si el que bautiza dice “Yo te bautizo en el nombre de Jesucristo”.

 

Inclusive Santo Tomás de Aquino sostuvo la opinión de que los apóstoles, en virtud de una particular revelación de Cristo, bautizaban bajo la invocación del nombre de «Cristo» (no del nombre de «Jesús»). Pero en la época post apostólica juzgó que era inválido el bautismo administrado bajo la invocación de Cristo, a no ser que un privilegio especial de Dios permita esta excepción[11]. La razón en que se fundó el santo doctor era la positiva ordenación de Cristo, claramente testimoniada en Mateo 28, 19.

 

Si bien todo esto puede demostrar que:

 

1) Hubo en la Iglesia quien creyó que en la Iglesia primitiva se llegó a bautizar en el nombre de Jesús solamente, aunque no rechazó que el bautismo en nombre de la Trinidad fuese la forma correcta y universal.

2) Hubo en la Iglesia quien aceptó que este bautismo en nombre de Jesús solamente podía considerarse válido cuando se hacía incluso entre los herejes, siempre y cuando se haya hecho profesando una fe trinitaria.

 

No demuestra que tuviesen razón, pues todo ellos parten de la suposición de que cuando en los Hechos de los Apóstoles se habla de bautizarse en nombre de Jesús se está refiriendo a la fórmula bautismal, lo cual como se verá no necesariamente es así.

 

SOLUCION 3: Los apóstoles siempre bautizaron en nombre de la Santísima Trinidad.

 

Los que se adhieren a esta solución, sostienen que lo más probable es que los apóstoles nunca hayan de hecho bautizado sólo en nombre de Jesús, sino como lo ordenó el Señor mismo, en el nombre de las Tres Divinas Personas. Los textos de los Hechos de los Apóstoles donde se habla de bautizarse en nombre de Jesús vendrían simplemente a hacer referencia de forma abreviada al bautismo instituido por Jesucristo, predicado en su nombre y establecido con su autoridad, diferenciándolo así de otros bautismos como el de Juan el Bautista. No habría desde este punto de vista contradicción alguna, pues en Mateo 28,19 el propio Jesús indicaba la fórmula bautismal y en los demás textos los apóstoles se referirían a este bautismo ya conocido como el bautismo en nombre de Jesús.

 

A favor de este punto de vista está que:

 

1) Es una tesis probable pues es habitual que en los textos de la Sagrada Escritura se utilicen estos modos de expresarse. En Hechos 1,5 por ejemplo Jesús mismo dice “pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días” y no se piensa por esto que se deba bautizar sólo en el nombre del Espíritu Santo. También en Hechos 19, 2-5, nos sugiere que el bautismo “en el nombre del Señor Jesús” encerraba la mención del Espíritu Santo.

 

No sería natural exigir a los escritores bíblicos que estuviesen repitiendo una fórmula tan de larga cada vez que hacían referencia al bautismo, cuando las palabras de Jesús eran por todos conocidas y atestiguadas en el evangelio. Lo mismo ocurre en la Didaché, pues cuando habla del bautismo “en el nombre del Señor” se refiere al bautismo trinitario instituido por él como resulta evidente por las instrucciones que se hacen en el capítulo 7.

 

2) No es probable que los apóstoles hayan cambiado la forma de bautizar habiendo recibido instrucciones expresas del propio Jesús sobre cómo hacerlo.

 

3) Los textos cristianos primitivos ya mencionados confirman que la fórmula trinitaria estuvo en uso por la Iglesia primitiva.

 

4) Si bien la opinión de San Ambrosio tuvo eco en la Iglesia fue ciertamente minoritaria. La Tradición mayoritaria de la Iglesia ha exigido como válido sólo el bautismo en nombre de la Santísima Trinidad, como se aprecia a continuación:

 

El primer Concilio de Arles (año 314) contra los donatistas, exigió rebautizar a los herejes conversos que no se hayan bautizado en el nombre de la Trinidad, por haber sido inválido su bautismo:

“Can. 8. Acerca de los africanos que usan de su propia ley de rebautizar, plugo que si alguno pasare de la herejía a la Iglesia, se le pregunte el símbolo, y si vieren claramente que está bautizado en el Padre y en el Hijo y en el Espíritu Santo, impóngasele sólo la mano, a fin de que reciba el Espíritu Santo. Y si preguntado no diere razón de esta Trinidad, sea bautizado”[12]

 

Lo mismo hizo el papa Pelagio I (año 556-561) al escribir al obispo Gaudencio:

 

“Hay muchos que afirman que sólo se bautizan en el nombre de Cristo y por una sola inmersión; pero el mandato evangélico, por enseñanza del mismo Dios Señor y Salvador nuestro Jesucristo, nos advierte que demos el santo bautismo a cada uno en el nombre de la Trinidad y también por triple inmersión. Dice, en efecto, nuestro Señor Jesucristo a sus discípulos: Marchad, bautizad a todas las naciones en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

 

Si, realmente, los herejes que se dice moran en los lugares vecinos a tu dilección, confiesan tal vez que han sido bautizados sólo en el nombre del Señor, cuando vuelvan a la fe católica, los bautizarás sin vacilación alguna en el nombre de la santa Trinidad. Si, empero, por manifiesta confesión apareciera claro que han sido bautizados en nombre de la Trinidad, después de dispensarles la sola gracia de la reconciliación, te apresurarás a unirlos a la fe católica, a fin de que no parezca se hace de otro modo que como manda la autoridad del Evangelio.” [13]

 

El Concilio Romano (año 382) hace lo mismo:

“Porque en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo solamente somos bautizados y no en el nombre de los arcángeles o de los ángeles, como los herejes o los judíos o también los dementes paganos. Esta es, pues, la salvación de los cristianos: que creyendo en la Trinidad, es decir, en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, y bautizados en ella, creamos sin duda alguna que la misma posee una sola verdadera divinidad y potencia, majestad y sustancia.”[14]

 

También el Papa San Inocencio I (año 401-417):

“Que según el canon niceno han de ser bautizados los paulianistas que vuelven a la Iglesia, pero no los novacianos…Manifiesta está la razón por qué se ha distinguido en estas dos herejías, pues los paulinistas no bautizan en modo alguno en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y los novacianos bautizan con los mismos tremendos y venerables nombres, y entre ellos jamás se ha movido cuestión alguna sobre la unidad de la potestad divina, es decir, del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.”[15]

 

El Papa San Gregorio Magno (años 590-604) rechaza también como válido cualquier bautismo que no haya sido en nombre de la Trinidad:

“De la antigua tradición de los Padres hemos aprendido que quienes en la herejía son bautizados en el nombre de la Trinidad, cuando vuelven a la Santa Iglesia, son reducidos al seno de la Santa madre Iglesia o por la unción del crisma, o por la imposición de las manos, o por la sola profesión de la fe… porque el santo bautismo que recibieron entre los, herejes, entonces alcanza en ellos la fuerza de purificación, cuando se han unido a la fe santa y a las entrañas de la Iglesia universal. Aquellos herejes, empero, que en modo alguno se bautizan en el nombre de la Trinidad, son bautizados cuando vienen a la Santa Iglesia, pues no fue bautismo el que no recibieron en el nombre de la Trinidad, mientras estaban en el error. Tampoco puede decirse que este bautismo sea repetido, pues, como queda dicho, no fué dado en nombre de la Trinidad.”[16]

 

De la misma opinión fueron el papa San Gregorio II (año 715-731)[17], el papa San Gregorio III (año 731-741)[18], el Papa San Zacarías (años 741-752)[19].

 

El Concilio Ecuménico de Florencia en la bula Exultate Deo (año 1439) define como la forma correcta de bautizar: “Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.

 

Conclusiones

 

Como ha podido verse se han intentado distintas soluciones a la aparente contradicción entre la fórmula de bautizar que recoge el evangelio de Mateo y los textos de los Hechos de los Apóstoles. Queda claro sin embargo que inclusive entre aquellos que sostuvieron que podía llegar a ser válido bautizar sólo en nombre de Jesús, era necesaria la profesión de una fe trinitaria íntegra. Y ni siquiera entre ellos hubo rechazo alguno a la fórmula trinitaria tal como se lee en Mateo 28,19.

 

Es necesario puntualizar que este no es el caso de las personas que se han adherido a estas denominaciones unitarias. Si recibieron el bautismo allí sólo en el nombre de Jesús su bautismo es inválido, tanto por no haber sido bautizados de la manera correcta, como por no profesar una fe en el Dios Uno y Trino.

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NOTAS

[1] Didaché 7,1-4

Daniel Ruiz Bueno, Padres Apostólicos, Biblioteca de Autores Cristianos 65, Quinta Edición, Madrid 1985, pág. 84

[2] San Justino, Apología I,16

Daniel Ruiz Bueno, Padres Apologetas Griegos, Biblioteca de Autores Cristianos 116, Tercera Edición, Madrid 1996, pág. 250

[3] San Ireneo de Lyon, Adversus Haereses, III, 17, 1

Alfonso Ropero, Lo mejor de San Ireneo de Lyon, Editorial Clie, Barcelona 2003, Pág. 361

[4] San Ireneo de Lyon, Epideixis , 7

Enrique Contreras, El Bautismo Padres de la Iglesia, Editora Patria Grande, Buenos Aires, año 2004, p. 27

[5] Tertuliano, Sobre el bautismo, 13

Angel barahona y Sol Gavira, El Bautismo según los padres de la Iglesia, Caparros Editores, S.L, Madrid 1994, pág. 65

[6] Tertuliano, Sobre el bautismo, 6, 1-2

Enrique Contreras, El Bautismo Padres de la Iglesia, Editora Patria Grande, Buenos Aires, año 2004, pág. 54

[7] Orígenes, Comentario sobre el evangelio de S. Juan, 6, 165-168

Enrique Contreras, El Bautismo, Padres de la Iglesia, Editora Patria Grande, Buenos Aires, año 2004, pág. 38

[8] Ibid.

[9] San Ambrosio, De Spiritu Sancto 1, 3, 42

Migne, Patrología Latina 16, 714

[10] San Nicolas I, De las respuestas a las consultas de los búlgaros, noviembre de 866 (Dz 334a)

[11]Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, III 66, 6

[12] Concilio de Arles contra los donatistas (Dz 53)

[13] Pelagio I, De la Carta Admonemus ut, a Gaudencio, obispo de Volterra, hacia el año 560 (Dz 229)

[14] Concilio Romano (Dz 82)

[15] Inocencio I, De la Carta 17 Magna me gratulatio, a Rufo y otros obispos de Macedonia, de 13 de diciembre de 414 (Dz 97)

[16] San Gregorio Magno, De la Carta Quia charitati a los obispos de Hiberia, hacia el 22 de junio de 601 (Dz 249)

[17] San Gregorio II, De la Carta Desiderabilem mihi, a San Bonifacio, de 22 de noviembre de 726 (Dz 296a)

[18] San Gregorio III, De la Carta Doctoris omnium a San Bonifacio, de 29 de octubre de 739 (Dz 296b)

[19] San Zacarías, De la Carta 10 u 11 Sacris liminibus a San Bonifacio, de 1.º de mayo de 748 (Dz 297a)


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Por: P. Jordi Rivero


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Nos escriben:

 

Me parece hasta arbitrario la idea que uno tenga que ir a rezar y "acercarse al Señor" a través de construcciones hechas por personas, tales como templos, iglesias, etc., ya que el Señor está en nosotros, todos somos Dios, El representa la creación y nosotros somos parte de El.

 

Respuesta:

 

Estimada en Cristo:

 

Los cristianos creemos que en Cristo somos divinizados. Pero esto no significa que seamos Dios, sino que participamos en su divinidad. Es cierto que Dios habita en nosotros, pero para ello hemos de abrir el corazón y recibirlo. Por nuestra cuenta no somos nada.

 

Dios ha dispuesto, ya desde el Antiguo Testamento, darse a conocer para constituir un pueblo santo. Dios es Padre y busca la unidad de sus hijos bajo su amor y verdad. Dios ha querido formar una familia que se mantenga unida y que le adore unida. Pues bien, para esto tenían los israelitas la tienda del encuentro y después el Templo que Dios les mandó construir.

 

En la plenitud de los tiempos el Verbo se encarnó. Es cierto que Dios habita en toda la creación, pero quiso un encuentro con nosotros en su Hijo Jesucristo como hombre. El mismo Jesús manifestó su gran respeto a las sinagogas y al Templo. El mismo rezaba en ellas y con frecuencia en ellas enseñaba. El advirtió sobre la importancia de respetar la santidad del Templo por ser esta la casa de Dios.

 

En las iglesias se celebra la Santa Misa y los creyentes se reúnen para adorar y dar gracias a Dios. Jesús dijo a sus discípulos: "haced esto en recuerdo mío"  Lucas 22,19.  Los cristianos desde el principio comprendieron que debía ser una Iglesia unida en torno a los apóstoles para cumplir el mandato del Señor.  No sólo se reunían para celebrar la misa (partir el pan) sino que también acudían al Templo como todos los judíos.

 

Acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón. Hechos 2,46

 

Pedro y Juan subían al Templo para la oración de la hora nona. Hechos 3,1

 

Los cristianos fueron echados del Templo y más tarde este fue destruido en el año 70 AD. Pero continuaron reuniéndose a celebrar la Santa Misa y a compartir sus vidas. A medida que la comunidad cristiana crecía y hubo libertad de culto, se necesitaron iglesias mayores.

 

Jesús quiso quedarse con nosotros en la Eucaristía. En la Iglesia se guarda a Jesús Eucarístico en el tabernáculo para la adoración. Puedes rezar en todas partes, pero ninguna oración sustituye a la Santa Misa en la que nos unimos a Cristo con todos los hermanos para ser Iglesia. Aun fuera de la misa, el lugar privilegiado para la oración es ante el mismo Cristo presente en el sagrario.

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Richbell Meléndez. Laico católico dedicado a tiempo completo a la apologética al servicio de Dios y subdirector de la Escuela de Apologética Online DASM.

 

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Por: Henry Vargas Holguín


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La razón histórica

 

Hay certeza de que en la segunda mitad del siglo I d.c., ya había en Roma cristianos y judíos (Hch 28, 15. 17; Rm 1, 7) y lógicamente también en muchas partes del resto del imperio Romano.

 

Para dar un solo ejemplo, uno de los cristianos (y además judío) que vivía en Roma era Aquila (Rm 16,5) quien, con su mujer Priscila, salió expulsado de Roma y llegó a Corinto (Hch 18, 2).

 

Y a pesar de que había en Roma una fuerte hostilidad contra los cristianos, allí existía una comunidad muy viva aun en la clandestinidad.

 

El número de cristianos se incrementó en Roma gracias a la llegada de los apóstoles. La Biblia habla del hecho que san Pablo fue enviado en misión a Roma por el mismísimo Jesús.

 

«A la noche siguiente se le apareció el Señor y le dijo: «¡Animo! Pues como has dado testimonio de mí en Jerusalén, así debes darlo también en Roma».» (Hch 23,11). Y San Pablo llegó a Roma en su cuarto viaje (Hch 28, 14), muy posiblemente entre los años 61-62.

 

En cuanto a la presencia de san Pedro en Roma hay, como en el caso de San Pablo, entre otras fuentes, fuentes bíblicas y patrísticas.

 

Hacia la década de los años 60 envían preso a san Pablo a Roma, desde donde escribe la carta a los Colosenses.

 

En esta carta, san Pablo menciona que san Marcos estaba con él (en Roma) (Col 4, 10). San Pedro escribe su carta desde el lugar donde estaba san Marcos(1 P 5, 13), y sobre ubicación él se refiere a la llamada “Babilonia” (los cristianos primitivos se referían a la Roma pagana simbólicamente como Babilonia). «Os saluda la (Iglesia) que está en Babilonia, elegida como vosotros, así como mi hijo Marcos» (1 Pe 5, 13).

 

Además de los textos bíblicos hay también testimonios escritos que dejaron aquellos cristianos que estuvieron en contacto directo o indirecto con los apóstoles; son testigos indiscutibles de la época.

 

Si alguien puede saber de la actividad apostólica posterior a la resurrección de Cristo, son ellos, los padres de la Iglesia: entre otros san Clemente romano, san Ignacio de Antioquía, san Ireneo de Lyon, Tertuliano, Clemente de Alejandría, Eusebio de Cesarea.

 

Y son precisamente ellos quienes unánimemente dan testimonio del ministerio de san Pedro en Roma y de su posterior muerte junto con san Pablo en la persecución de Nerón. Ellos murieron entre los años 65 y 67.

 

La presencia de san Pedro en Roma consolidó pues la fe de los demás cristianos, gracias al primado que le había otorgado Cristo (Lc 22, 31-32; Jn 21, 15-19; Mt 16, 18).

 

¿Qué quiere decir el primado? Que los otros obispos tienen que estar en comunión con el Obispo de Roma, el Papa.

 

Y en torno a él se fue consolidando la Iglesia en Roma, capital del impero romano, y en consecuencia “capital” del mundo conocido allí.

 

No es de extrañar por tanto que Roma también se convirtiera en la“capital” de la Iglesia. Desde allí se fue expandiendo a través de la historia por el resto del mundo, hasta hoy.

 

Y ello obedeciendo a la invitación de Cristo a sus seguidores de ir por todo el mundo a predicar la buena nueva (Mt 28, 19; Mc 16,15). Y es por esto que, después de Pentecostés, los apóstoles parten a «conquistar» el mundo.

 

Y los apóstoles saliendo a misión, ¿con qué se encuentran? Se encuentran con una sociedad bien estructurada y unificada; un imperio compacto y organizado.

 

Y es en ese imperio donde se establece el cristianismo; y es de él que la Iglesia adopta su “forma” o “fisonomía” terrenal: la organización, la estructura, el derecho, la lengua, etc..

 

Si el mundo occidental, en el origen del cristianismo, hubiera sido una multiplicidad de pueblos y gobiernos totalmente divergentes, autónomos y hasta antagónicos, la difusión del mensaje de Jesús a través de su Iglesia hubiera tenido más de un obstáculo.

 

Desde Pentecostés la sede de la Iglesia naciente empieza a desplazarse de Jerusalén a Roma.

 

Según la tradición, san Pedro apóstol fue siete años obispo de Antioquía. Luego viajó a Jerusalén, donde fue preso. Y al ser luego liberado de la cárcel, en el año 42, se dirigió a la capital del imperio romano, y se puso al frente de aquella comunidad cristiana.

 

Y Roma es también la misma capital o cuna de laIglesia porque, como ya se ha dicho anteriormente, también es la ciudad en la cual murieron mártires san Pedro y san Pablo, columnas de la Iglesia; ciudad que fue fecundada con la sangre de tantos mártires.

 

Y recordemos que “la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos” (Tertuliano), y de nuevos santos. Los santos que desde Roma se fueron expandiendo y haciendo más numerosos.

 

Es pues claro el deseo de Dios que el mensaje del Evangelio llegara a la capital del imperio Romano, poniendo allí las bases de su Iglesia universal.

 

Una de las mejores expresiones que hablan de la relación tan estrecha entre san Pedro y la Iglesia es la que nos legó san Ambrosio, doctor de la Iglesia y obispo de Milán: «Ubi Petrus ibi ecclesia; ubi ecclesiaibi nulla mors sed vita aeterna»; dicho de otra manera: «Donde está Pedro, estála Iglesia; donde está la Iglesia, allí no hay muerte alguna sino vida eterna».

 

San Ignacio de Antioquía lo confirma en su carta escrita en el año 110 a los cristianos de Esmirne, donde dice: «Donde está el obispo está la comunidad, así como donde está Cristo Jesús está la Iglesia católica». Esto nos indica además, que la Iglesia está unida como cuerpo místico de Cristo a su cabeza.

 

Por consiguiente tanto en vida como en la muerte san Pedro es la piedra donde Cristo ha querido edificar, consolidar y fortalecer su Iglesia.

 

Es por esto que sobre su tumba el emperador Constantino construyó, en el siglo IV y en la colina Vaticana, una basílica en su honor, lugar que posteriormente da origen a la sede de la Iglesia, la Santa Sede.

 

Y por esto Roma es considerada como la sede episcopal de san Pedro; por consiguiente el Papa es el obispo de Roma.

 

Desde entonces Roma ha sido la cuna de la Iglesia. Y a esta Iglesia se le dice “romana” porque Pedro eligió la ciudad de Roma como sede apostólica; y los católicos que viven en cualquier rincón del mundo están directamente ligados a ella.

 

La Iglesia primitiva fue muy perseguida. Y, particularmente bajo el emperador Diocleciano (245-316), se intensificó la persecución cristiana.

 

Pero la política anticristiana de Diocleciano fracasó. Esa política fue sustituida por la de su sucesor, el emperador Constantino (285-337), quien participó en el concilio de Nicea del año 325.

 

Cuando el emperador Constantino se convirtió al cristianismo edificó o regaló a la Iglesia varias edificaciones, entre ellas la Basílica de San Juan de Letrán -la catedral de Roma- y el palacio de Letrán que luego será la sede de la diócesis de Roma, cuyo obispo es el Papa.

 

Quienes visitan la basílica de San Juan de Letrán verán, en la fachada de la misma, la inscripción: “Omnium Urbis et Orbis Ecclesiarum Mater et Caput”; es decir: “De todas las Iglesias de la Ciudad y del Orbe es Madre y Cabeza”.

 

La Iglesia (la diócesis) de Roma es pues la madre y la cabeza (eje y fundamento) de todas las diócesis sufragáneas y de las demás diócesis del mundo entero.

 

Y a principios del año 380, el cristianismo se convirtió en la religión exclusiva del Imperio Romano por un decreto del emperador Teodosio, lo que tuvo trascendentales consecuencias a favor de la Iglesia.

 

Tras la caída del Imperio Romano, lo que quedaba del Imperio de Occidente fue llevado a Ravena, y la capital del Imperio de Oriente fue trasladada a Constantinopla.

 

Roma perdió su poder quedando como única autoridad el Papa, que consolidó su influencia no solo sobre la Iglesia sino también sobre el mundo.

 

Por tanto la presencia de los sucesores de San Pedro (los papas) fue, desde Roma, ganando espacio, fuerza y autoridad.

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Por: Pbro. Héctor Pernía, mfc


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Hay hermanos protestantes que atacan las imágenes cristianas con el relato de 1Sam 4, 1-11, cuando Israel convirtió el arca en un ídolo. Lo mismo hacen con la serpiente de bronce que Moisés hizo en el desierto (Nm 21, 7-9). Muestran en 1Re 18, 1-4 que esa imagen terminó siendo convertida también en un ídolo y por eso el rey Ezequías la destruyó. Acusan que es lo mismo que hacen los católicos con las imágenes.

 

Pero, ¿dicen la verdad?

 

Es verdad que, tanto al arca como la serpiente de bronce, hubo un momento en que los israelitas que se habían dado al paganismo las volvieron ídolos; pero es una visión muy sesgada y manipulada. Miran solamente los errores que cometieron los hombres y, para nada, se detienen a mirar si Dios, que las ordenó hacer, se arrepintió del mandato que dio. Jamás nunca profirió condena o prohibición alguna contra la serpiente o contra el arca de la alianza porque el hombre se desvió en el uso que les dio. Todo lo contrario, de la serpiente de bronce, en la nueva Alianza, Jesucristo ratificó su valor sagrado y santo al proclamar que fue siempre un símbolo profético que anunciaba su redención en la cruz *(cf. Jn 1, 14-15)*

 

Todo lo tergiversan

 

Una cosa son los paganos convirtiendo en ídolo imágenes destinadas al culto a Dios, y otra muy diferente, el mismo pueblo de Dios congregado y dando culto a Dios mediante imágenes que el mismo Dios le ordenó construir. Veamos, este ejemplo: El mismo rey Ezequías, que rompió la serpiente de bronce que hizo Moisés, porque los muchos en Israel la usaban para adorar la diosa griega del conocimiento y la diosa fenicia de la fertilidad, se postró con todos los israelitas ya corregidos de su error, rostro en tierra ante el arca de la alianza para adorar al Dios verdadero, y actuaron santamente (cf. 2 Cro 29, 27-29).

 

¿Por qué ponen el foco de la luz solo en el error de los israelitas con el arca, y dejan a oscuras para que nadie vea o señale los actos de culto y de adoración a Dios que ese pueblo hizo después llevando en procesión dicha imagen (2Sam 6, 1-23; 1Re 8, 1-54)? En el Nuevo Testamento hay hermosísimos elogios de esta imagen *(cf. Hb 9, 5; Ap 11, 19).

 

“Es verdad que la idolatría no se refiere sólo a los cultos falsos del paganismo. Es una tentación constante de la fe. Consiste en divinizar lo que no es Dios. Hay idolatría desde el momento en que el hombre honra y reverencia a una criatura en lugar de Dios…,” [1] y eso puede pasar hoy. Hay católicos que se tapan sus oídos para no oír y desobedecer a sus párrocos y van a procesiones y fiestas de santos católicos a emborracharse, a fumar, a bailes obscenos, y se niegan a ir a la Eucaristía, a participar y recibir los Sacramentos. Ellos no son la voz oficial de la Iglesia, sino hijos desobedientes. Allá aquellos que se fijan en los desobedientes y no en lo que la Iglesia dice y predica.

 

Fuente:

[1] Diccionario Apologético Católico; e-Sword-the Sword of the LORD With an electronic edge.

 

Para compartir:

 

1)  ¿Por qué la negativa actitud de muchos protestantes, de no atender los argumentos católicos para dar razón de las imágenes cristianas?

2) ¿Cómo prevenir y educar a la población católica para que no se torne en pagano el uso de las imágenes sagradas?

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